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capítulo 27 (comentario)

texto: capítulo 27

El Reino de los Cielos no se edifica a golpes de leyes morales.
El Reino de los Cielos no se expande a gritos ni por decretos.
De una semilla diminuta nace un árbol recio. Jesús de Nazaret no fue un hombre del que se tuviera muchas referencias fuera del entorno de su pueblo. A partir de un impulso, en estrecha alianza con el tiempo y sin caer en la prisa del deseo, el Reino de los Cielos se va afianzando; sus raíces son cada vez más gruesas y su ramaje se extiende hasta los confines de la tierra.

¿Cómo conocer el alcance del Reino?
No existe poder material que no esté apoyado en una Fuerza espiritual. Un imperio inmenso no podría sostenerse si no es encaramado sobre una realidad espiritual igualmente inmensa, o mayor.
Los imperios materiales creen que están suplantando el Reino por el poder de ellos mismos, pero en realidad están sostenidos por ese Espíritu al que retan.
Los imperios se corrompen y caen, y entonces el Reino de los Cielos crece.

El Reino de los Cielos no se opone a la realidad tangible, sino que la deja ser. Lo que está firmemente unido al Origen del universo no puede desgajarse de Él aunque se le oponga la fuerza más grande de la tierra. El Reino de los Cielos está firmemente unido al Origen; todo lo hace paso a paso, todo lo aprovecha, a nada se opone porque nada es inútil: Lo que le apoya le embellece, lo que se lo opone le permite crecer. Así el Reino de los Cielos crece y se embellece hasta que llegue la hora en que se manifieste plenamente. Entonces los humildes subirán y entrarán a la Casa de Dios para siempre.

texto: capítulo 27

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