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capítulo 29 (comentario)

texto: capítulo 29

Las cosas crecen en tamaño y en fuerza sólo por una razón: Para asegurar su existencia en el mundo material. Esto es el instinto de conservación.
Pero cuando el ser humano toma conciencia de la posibilidad de trascendencia a una realidad superior, el hecho de ser grande y fuerte no sólo no significa un seguro de supervivencia, sino que además se convierte en el mayor obstáculo para la trascendencia de su ser. Por eso, el hombre que ha encontrado su verdadero lugar fuera de este mundo, en un Reino donde no es necesario preocuparse por mantener la presencia tangible, ése hombre se vuelca en el servicio a los demás sin miedo a la entrega de su cuerpo material, porque sabe que la materia es sierva del espíritu, y, si el espíritu está firmemente unido al Origen, la materia espontáneamente se aglutina para hacerlo presente donde el espíritu quiera manifestarse.

Cuando el instinto de conservación está en el espíritu, eso significa que el ser humano vive aferrado al mundo material, no es consciente de la necesidad de una trascendencia a una realidad superior, entonces toda su energía la malgasta en hacerse más grande y más fuerte para asegurar su existencia y su permanencia en el mundo: Es el poder del dinero, el poder de dominar a las masas con estrategias políticas o religiosas. Construyen imperios y dicen que es obra de Dios. Subyugan a los pueblos y dicen que es el poder de Dios. Amasan riquezas y dicen que es el premio de Dios.
Cuando el espíritu existe unido al Origen, no teme por la seguridad de su existencia, y el instinto de conservación se reduce solamente al cuerpo material. Entonces el hombre es capaz de entregarse en la solidaridad y huye de toda forma de grandeza, de poder y de fuerza, y se pone en el último lugar, que es la puerta de acceso al Reino del Amor.

Los gobernantes y emperadores someten y subyugan a las masas, pero aquellos que pertenecen a la realidad superior del Reino no actúan de esa manera. No confunden lo grande y aparatoso con la gloria divina. No confunden el poder sobre las masas con la fuerza divina. No confunden el favor de Dios con la acumulación de bienes materiales, intelectuales ni doctrinales. El que quiera ser el primero, que se coloque en el último lugar. El que se considere con capacidad para guiar a los demás, que se convierta en el servidor de todos y cada uno de los seres humanos.
El Rey no se viste con ropajes especiales, ni se sube a ninguna tarima para parecer más elevado. Sus súbditos lo ven como un amigo que se inclina a lavarles los pies. No le temen sino que le aman, porque Él no hace uso de ningún poder ni de ninguna fuerza que no sea la autenticidad y la autoridad de su coherencia integral.

texto: capítulo 29

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