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La humildad, la mansedumbre; la condena a cualquier forma de violencia, a la injusticia social, a la artificialidad; el Amor universal que no excluye a ningún ser humano; la razón de ser del sabio, que no son los justos sino los injustos; la renuncia a los tesoros materiales; la adhesión a un Ideal sublime y el consiguiente Testimonio: la renuncia a la propia vida en la certeza de que, quien la entrega por la causa del Amor, no la pierde. Todas estas ideas y otras muchas, que son el eje del mensaje de Jesucristo, se encuentran también expresadas de manera insistente en el Dao-De-Jing de Lao Zi.

En el mundo material el primero que expresa una idea, ése adquiere el derecho a hacerla suya, hasta el punto de que si a otro se le ocurriera, se le podría advertir que esa idea ya tiene dueño. Pero, en el mundo espiritual, si una idea es propiedad de un hombre, eso es signo de que esa idea no es expresión de ninguna realidad eterna. Jesucristo no vino a decir cosas necesariamente nuevas, ni mucho menos a expresar ideas suyas, sino a hacer Verdad con su Testimonio el anhelo que ya existía en la humanidad desde sus comienzos: La Verdad del Cristo, que existía desde el principio de los tiempos.

No podría existir la recapitulación de todas las cosas en Cristo si en todas las cosas no estuviera ya presente el Cristo. Y, si el Cristo está presente en todas las cosas, necesariamente de Él se ha hablado desde que el primer hombre miró dentro de sí y encontró una realidad espiritual muy superior a la realidad material que podía percibir con sus cinco sentidos. Por eso, más que intentar hacer prevalecer una religión sobre todas las demás, el verdadero Camino de recapitulación es el intentar descubrir al Cristo fuera de los muros de la propia religión. Y oriente es un pozo inagotable de sabiduría.

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