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El sabio nunca impone su propio ser
porque él sólo es conducto de unión.
Se funde con el pueblo llano,
y se reconoce en el candor de los sencillos.
El sabio es bueno para con los justos,
y también es bueno para con los injustos,
y en ello reside la bondad perfecta.
El sabio es fiel a los que le son fieles
y también a los que le son infieles,
y ahí radica la fidelidad perfecta.
Éste es el principio de la inacción divina
que consiste en amar lo que no es amable
y de mantenerlo todo integrado en sí
mediante la fuerza de la sencillez,
inclusive a lo que se excluye a sí mismo,
Los que se reconocen amados se adhieren.
El sabio se reconoce a sí mismo como un niño,
y como a niños ama a todos sus semejantes.
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