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El mejor dirigente es aquél que pasa desapercibido.
De menor categoría es aquél al que el pueblo ama.
Al que el pueblo teme, ése es gobernante inferior,
y el peor será aquél al que se desprecia y desafía.
El falto de fe esparce incertidumbre entre la gente,
por eso las palabras deben medidas con prudencia.
Si la obra ha culminado y ya sola sigue su curso,
el pueblo dirá: “Nosotros lo hemos conseguido.”
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