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Llegué hasta la ciudad de la libertad, la misteriosa
ciudad de la que todos hablaban continuamente. Crucé muchas montañas,
atravesé muchos ríos, y detrás de un bosque muy tupido: ¡allí
estaba!
No quise guardar para mí este descubrimiento así que volví sobre mis
pasos para hacer partícipes de él a todos mis parientes y amigos.
Les contaba una y otra vez cómo había cruzado aquellas montañas, les
describía los senderos por los que había caminado, les explicaba con
detalle los entresijos del bosque.
Ellos me escuchaban con mucho interés, mientras tanto, uno de ellos
tomaba nota en un libro.
Luego me fui a otras tierras.
Cuando regresé, toda aquella gente había redactado “el libro de la
ciudad de la libertad”. Lo habían encuadernado con tapas de oro,
incluso habían construido una casa, lujosamente decorada, donde el
libro estaba depositado, y donde la gente se acercaba a leerlo.
Pero ni uno, ni uno solo entre toda aquella gente, fue capaz de dejar su
propia ciudad e ir en busca de la ciudad de la libertad.
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