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Hay un dios que te quita tu vida para él poder
existir. Un dios que te impide tener criterios propios: Todo lo que
debes pensar y sentir te viene impuesto por una doctrina. Te mutila y te
obliga a encerrarte en grupos y clanes, y a tenerle miedo de todo lo que
quede fuera del círculo cerrado de tus correligionarios.
Hay un Dios que te da vida, y te la da en abundancia. Un Dios que te
anima a pensar, a opinar por ti mismo, y te da Luz para que puedas
hacerlo en libertad y sin dejarte engañar. No te mutila, al contrario:
te abre horizontes aun más amplios de los que tenías como ser humano.
Y no te encierra en clanes ni te obliga a tener miedo de nada, al
contrario: te dice que todo el género humano es una sola familia, y te
grita: “¡No tengas miedo!”
El primero se llama “dios-ley”, y te obliga a despreciar a tu
hermano, a juzgarlo y a condenarlo por no cumplir sus leyes.
El segundo se llama “Dios-Amor”, y te anima a amar a tu hermano, ¡especialmente
a tu enemigo! Te revela ese secreto que está a la vista de todos pero
que nadie es capaz de ver porque encierra una paradoja: “Tú eres
responsable de la felicidad de tu hermano. Haciéndolo feliz a él, tú
encontrarás un Camino de plenitud y, habiendo pasado a través de la
ley, habiéndola cumplido plenamente en el Amor, entrarás en el Reino
de la completa Libertad.” Y esto no te lo dice como una promesa
futura, difusa, fantasiosa..., sino como una realidad presente y
tangible.
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