KYRIE ELEISON

     
 
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APRISCO

introducción

     
  La presencia del Espíritu Santo dentro de la iglesia católica es un hecho indiscutible para todo aquél conozca a Dios y sepa reconocer el buen fruto que nace de la verdadera Vid. Con esta afirmación no estoy negando los buenos frutos que hayan dado otras iglesias, que son muchos y no menos valiosos ante Dios.
De la iglesia católica salen muchos hombres dispuestos a dar la vida ayudando a los más desfavorecidos en el mundo entero. Y no lo hacen en un afán de proselitismo, sino movidos por el Amor que no espera nada a cambio, sin buscar ni de lejos la gloria de la institución a la que pertenecen, sino solamente la gloria de Dios.

Sin embargo, un hombre educado dentro de la iglesia católica tiene muchas deficiencias que pueden impedir que las promesas de Cristo se hagan realidad en él con total plenitud.
El principal pecado de la iglesia católica es el sometimiento injustificable de todos sus fieles.
No se les enseña a pensar, no se les enseña a descubrir en la libertad, no se les permite tener criterios propios. Se les condiciona y mediatiza para que la presencia de Dios en ellos no se escape del control de las jerarquías institucionales, como si los frutos no tuvieran valor por sí mismos sino sólo dentro del orden institucional.

El concepto de la obediencia, absolutamente deformado dentro de la iglesia católica, se empareja con el de la humildad.
La humildad nace del reconocimiento interno de la propia realidad a la Luz de la Verdad.
El sometimiento nace de la ausencia de criterios, y en consecuencia, ausencia de Luz interior y discernimiento propio. El sometimiento es la pretensión de toda institución mundana pues le permite mantener sus prerrogativas de poder. Humildad y sometimiento son dos cosas que jamás podrán ir juntas.
Sin embargo, por medio de ese concepto deformado de "obediencia", se consigue, a partir de un principio cristiano, llegar a un resultado mundano.

Las consecuencias están a la vista. La mayoría de los hombres educados dentro de la iglesia católica sufren serios conflictos internos.
Cuando la Verdad que se ilumina en el interior no concuerda con la imposición recibida desde el exterior, el hombre busca una escapatoria para resolver el conflicto.
Unos, quizá la mayoría, prefieren no pensar, eludir toda reflexión y limitarse a las prácticas piadosas dejando las demás cuestiones en manos de los entendidos: "doctores tiene la iglesia". Una manera muy cómoda de delegar responsabilidades y en consecuencia, de renunciar a un encuentro pleno con Dios. "La santidad queda muy lejos, ésa no es mi vocación."
Otros se meten de lleno en el estudio de la teología y ciencias religiosas. Estos conocimientos adquiridos terminan por apagar la Luz interior, que sólo brilla en el candor, y resuelven el conflicto al menos en su aspecto exterior. 

Otros, inquietos buscadores de la Verdad, entran en otras iglesias cristianas al encuentro de un mensaje más acorde con los destellos de esa Luz interior: "Cristo tiene que ser mucho más de lo que aquí se me ha enseñado."
Otros optan por negarlo todo, llegan a la conclusión de que todo es una gran mentira, y para ello tienen el respaldo de un mundo práctico, dominado por el "dios razón", que les enseña e instruye con mucha eficacia.
La mitología del pasado, los iluminados a través de la historia, las supersticiones, la inmensa cantidad de religiones en las que se imponen creencias que evidentemente no tienen ningún peso específico: "¿Por qué nuestra religión habría de ser distinta? Aquéllos creen en unas cosas porque en ellas fueron educados, nosotros en otras, en realidad no existe ningún motivo razonable para pensar que ellos estén más equivocados que nosotros."
Conclusión: Todo es falso.

Taladrar la coraza durísima de unas jerarquías bien arraigadas, dentro de la sociedad, dentro de la educación tanto escolar como familiar, esto es tan complicado que, si Dios mismo no pone su empeño en que un hombre lo consiga, nadie, por muy valiente que quiera ser, podría jamás resultar victorioso.
Llegar a Dios a través de la propia iglesia católica, taladrando las instituciones, dogmas y jerarquías, pero sin dejar nunca de amarla, sin abandonarla ni despreciarla, este es el reto de todo verdadero cristiano, al que Dios haya situado dentro de la iglesia católica.

Yo puedo hablar de estas cosas porque las he vivido con mucha intensidad.
El trance de sentirse absolutamente solo, despreciado por aquellos que desde siempre habían sido los representantes de la verdad en la tierra, eso no es posible de sobrellevar si Dios no da su apoyo generoso e incondicional. Y sobre todo, si la iniciativa de esta arriesgada empresa no ha partido de Dios mismo.
En este libro, "Aprisco", yo alcanzo a asomar la cabeza por encima de esa coraza institucional, y explico lo que Dios me muestra. Y una cosa importante: No veo nada sino lo mismo que Cristo dijo, pero no ya porque lo diga la Biblia o se me haya enseñado en unas catequesis, lo veo con mis propios ojos y observo que la fuerza de ese mensaje no tiene ni punto de comparación con las enseñanzas descoloridas e insípidas que en su día me habían enseñado, y que se repiten en la liturgia todos los días, ante la impasibilidad de un pueblo narcotizado por las devociones y la parafernalia de los ritos.
 
 
     
     
   

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