KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 1 - capítulo 3


anterior - índice - siguiente

             
  El mundo lucha por la vida tal y como la conoce y la entiende. Su soporte es la ley de la razón. Cada hombre se apoya en sus criterios y así se defiende de los que le agreden. Dicen estar en la “verdad” cuando todos sus puntos de vista son coherentes con unos criterios que ellos mismos se han construidos, y entonces son capaces de decir “tengo razón” por encima de cualquier otra postura. ¿Qué otra cosa podrían hacer? ¿Acaso no son ellos consecuentes con lo que son capaces de ver y de sentir?
Pero el Mal es otra cosa. El Maligno sólo hace acto de presencia en aquellos hombres que levantan su mirada al Cielo y esperan justicia de Dios. Entonces el Maligno se apresura a confundirlos, porque éstos, y no aquéllos, son los hombres verdaderamente peligrosos para él.

Dios no condena al mundo.
Un volcán se levanta e incinera un pueblo entero generando sufrimiento y muerte. ¿Condenará Dios eternamente a ese volcán?
Sólo el Mal será condenado. Pero el sufrimiento y la muerte no son de por sí obra del Mal, sino que la obra del Mal es la interferencia de la Luz divina, que es la que permite llenar de significado trascendente a ese sufrimiento y a esa muerte.

El hombre llamado por Dios no debe buscar al Maligno en esos otros hombres que, según criterios divinos, incumplen la voluntad de Dios, sino que debe buscarlo dentro de sí mismo.
Cristo hizo una descripción del Mal, pero no la hizo para que unos podamos condenarnos a otros, sino para que cada hombre sepa reconocerlo dentro de sí mismo. Sólo para eso.
Pido que se me escuche en esto con atención, lo que aquí digo no debe ser pasado por alto:
Sólo el hombre que tiene dentro de sí al Maligno, puede verlo en su prójimo.
Aquel hombre que sienta o diga: “mi hermano es malo”, que tenga la absoluta seguridad de que la maldad que ve en su prójimo es exactamente la que hay dentro de sí.

El Maligno se sitúa dentro de todo hombre que busca a Dios. Ni siquiera Jesucristo quiso librarse de ser tentado por el demonio.
El hombre que juzga y condena a su hermano es aquél que no ha sabido reconocer e iluminar la existencia del Mal que opera en su interior. Pero el que ha sido capaz de iluminar este Mal, no juzgará, sino que sentirá misericordia, no condenará, sino que se esforzará por iluminar y salvar al que vive en el engaño.
Y no dirá: “mi hermano es malo”, sino que dirá: “mi hermano ha sido engañado”, y el Amor hacia él brotará de su corazón, y rogará al Padre que tenga clemencia de él, porque no verá en su hermano culpa alguna, sino ceguera y confusión.

Éste es el sentir de Dios, y este ha de ser el sentir de cada uno de sus siervos.