KYRIE ELEISON

     

   

el castillo y el viento

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Fuera del castillo la gente se muere de hambre.
El dueño del castillo manda levantar aun más las murallas, no sea que se produzca una invasión. Toda esa gente desesperada representa un peligro.
El salón principal de la estancia del dueño del castillo es hermoso: Tapices, muebles lujosos, ventanales abiertos a jardines llenos de colorido, los músicos lo impregnan de dulces melodías.
Pero los gritos de dolor de la gente que llama a las puertas del castillo afean la estancia, le quitan la paz e impiden escuchar los sones placenteros de los músicos.
El dueño del castillo se ve obligado a insonorizar su estancia. Nadie tiene derecho a turbar su paz y su progreso.

Piensa: “¡Esos golpes! ¡Esos gritos! ¿Por qué tardan tanto en morir?
“¿Es acaso éste el único castillo que se levanta sobre la tierra?
“¡Que busquen otro castillo donde molestar, o, aun mejor, que se construyan el suyo propio!”
Los emisarios de los hambrientos no son recibidos.
Un emisario consigue llegar: La brisa que lleva el olor de los cadáveres desde fuera del castillo.
El dueño del castillo manda cerrar herméticamente todas las ventanas de su estancia. Ese olor es insoportable.

Una de las puertas del castillo ha cedido a los golpes de los hambrientos. Es necesario buscar un refugio.
El dueño del castillo ya no puede salir de su estancia, todo está herméticamente cerrado. Grita, pero nadie le escucha, todo está insonorizado. Tiene hambre, pero su sirviente le ha abandonado.
El dueño del castillo piensa que no es justo que nadie vaya a ayudarle, porque un plato de comida y un vaso agua, no se le debería negar a ningún ser humano.
¡Ojalá que sus muebles se convirtieran en pan y que sus tapices destilaran agua!