KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 1 - capítulo 15


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  El espacio es puro Orden.
Percibimos las cosas que nos rodean y las identificamos como ellas mismas en tanto que representan un orden: una situación en el espacio; una forma, que es el orden de su contorno; unas peculiaridades específicas en las que se descubre un orden estable en su comportamiento y reacciones ante determinados estímulos. No existen dos cosas con idéntico orden, puesto que serían la misma cosa. Cuando decimos que dos cosas son exactamente iguales pero no son la misma, las estamos identificando dentro de un orden inmediato y diferenciándolas en un orden superior.
Si en una cosa cualquiera se diera una sustitución de cada uno de los elementos que la componen por otros equivalentes, pero conservara intacto su orden, seguiría siendo la misma cosa.
Nada que podamos percibir tiene existencia “sólida”. Por mucho que analicemos una cosa en sus elementos integrantes, seguiremos encontrando órdenes que existen independientemente de los elementos que a su vez la integren. Profundizando aun más en la búsqueda de aquello sólido, absolutamente elemental y que sea indivisible, llegaríamos al caos, pero el caos no existe, porque carece de orden.
¿Que es lo único que puede ser percibido como inamovible e independientemente de todos los órdenes? El “yo”. Porque el que percibe es, consciente o inconscientemente, el centro inmutable de todas sus percepciones, por cambiantes que éstas puedan llegar a ser.
El hombre no puede salir de su “yo” para analizar lo que existe fuera de él, porque fuera de él nada existe. Porque un orden no es nada sin un “yo” que lo perciba. 
La Luz del “yo” ilumina la oscuridad del Orden: lo luminoso se adhiere a lo oscuro para poder así resplandecer.
Amor es Luz. No hay más Luz que Dios. Por eso el “yo” de cada cosa es una proyección del “YO” divino.