KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 2 - capítulo 12


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  No utilizo los términos “terror”, “pánico”, etc., en un sentido figurado como para llevar al terreno de la materia sensaciones que sólo son propias de los seres vivos. No es mi intención hacer prosa poética. Nuestras sensaciones más puras de Amor y Temor no son más que una manifestación consciente y más elevada de algo que existe en cada cosa del cosmos, y en el cosmos mismo. Es inseparable de la existencia.
La vida y lo que se nos muestra como materia “inerte” no son cosas esencialmente distintas. El germen de la vida esta en la materia misma, y en todo ello podemos encontrar el principio de la trascendencia a lo sobrenatural, que así lo entendemos no porque esté por encima de lo natural, sino porque está por encima de nuestra capacidad inmediata de percepción.
No podemos entender verdaderamente el sentido de la creación divina si observamos la materia como algo desprovisto de intención, que se mantiene inerte y sujeto a una leyes matemáticas que le privan de toda conciencia y de toda sensación. La materia se organiza y se estructura a sí misma no por unas leyes que le fuerzan a ello, sino por el Temor al “no ser” de la nada.
Las constantes en el comportamiento de las cosas materiales no es esencial a las cosas mismas, sino que son consecuencia del orden en el que se estructuran para poder existir. Y a medida que los órdenes son más estables, su comportamiento puede ser más previsible, y la medida, que se nos presenta como la tridimensión espacio tiempo, es más uniforme. Pero si pudiéramos asomarnos a lo más elemental de la materia, descubriríamos la lucha angustiosa de los entes más cercanos al caos por evitar su “no ser”. Y aquí no habría posibilidad de medida ni de previsión en el comportamiento, porque sus leyes dependen de la totalidad del cosmos ya que no hay un orden cerrado, delimitado y coherente en el que sustenten su existencia. Como tampoco un hombre que muere puede agarrase a los ordenes sociales para evitar su agonía.

Allí donde los órdenes han alcanzado la uniformidad de la existencia, la defragmentación se hace y se deshace, pero no se hace si ello desestabiliza al orden por exceso de amplitud, ni se deshace cuando lo desestabiliza por defecto. La defragmentación y la reidentificación se suceden ininterrumpidamente en el interior del orden de manera que su coherencia se mantiene, pero en cada instante se renueva por completo en los entes que lo componen.