KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 2 - capítulo 21


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  El Espíritu me dice siempre las mismas cosas, pero yo no las entiendo siempre de la misma manera. Por eso hay un camino hacia la Verdad, y no un hallazgo pleno e instantáneo. Ahora veo la inexactitud de lo que escribía hace meses, y dentro de meses veré la inexactitud de lo que escribo ahora. Pero no corrijo ni reviso lo que ya está escrito. Lo que ahora entiendo está edificado sobre la inexactitud de lo que entendía entonces, y así debe permanecer en mi libro.

La coherencia en el orden mundano, la afirmación lógica, ciegan al hombre y le impiden caminar hacia la Verdad pero ¿es por completo incoherente este libro?, ¿acaso no afirmo con cierta lógica? En verdad toda coherencia tiene una réplica, pero es indiferente el punto de partida cuando el camino trazado apunta a la Unidad. Partir de este sistema de conceptos o partir de la réplica de los mismos no es ni mejor ni peor acierto. El orden es la manera como el “ser” se muestra, pero su esencia está en la intención de su existencia. Así, en tanto que el orden no se encierre en una esfera razonable, y en cambio siempre encienda una luz fuera del propio orden y en dirección a la Verdad, ya estamos en la Verdad.
No importa dónde ni en qué estado nos encontremos. Desde cualquier situación imaginable, siempre hay un camino que conduce al hombre hacia Dios. Pero si el hombre, conociendo la Verdad, opta por la mentira, ¿quién podrá perdonar su pecado? Tanta Verdad habrá en aquél que asqueado de sí mismo se revuelve en pozos de excrementos, y que levanta su mano hacia el Padre, que en el que ha alcanzado la piedad. Porque la piedad es la humildad, es el reconocimiento de la propia miseria; ya que es la intención y no el estado lo que define al “ser”.
Ningún hombre tiene potestad para definir por sí mismo el bien y el mal. Dios lo revela a los corazones humildes, y lo muestra en su plenitud a aquellos iluminados por el Espíritu Santo, profetas, apóstoles, santos... Pero si el hombre, para justificar sus miserias, construye su propia moral, ¿qué dios, padre de esa moral, le salvara por su justicia?

Yo miro al infinito, observo, y con mayor o menor fortuna cuento lo que veo por medio de este libro. Que no se me mire a mí, sino al infinito mismo. Ningún hombre puede llegar a conocer la Verdad por medio de otro, pero sí puede aprender de ese otro a abrir los ojos y a escuchar al Espíritu.