KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 2 - capítulo 24


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  Cuando el hombre se siente inflado por sus conocimientos, es que no está en el camino de la Verdad. La Verdad se muestra sencilla y evidente al hombre que la ha alcanzado, no es motivo de euforia ni de poder, sino de paz interior.
En el hallazgo hay alegría serena, pero la Verdad sólo habrá anidado realmente en nosotros cuando nos devuelva a la sencillez y a la sensación de ignorancia: Esto es, que un paso hacia el infinito no tiene otro valor que la dirección de nuestro impulso. Porque nunca alcanzaremos la plenitud de la Verdad sino cuando lleguemos a la presencia de Dios, y esto no se logra mediante la sabiduría sino en el acto de desposeernos de nuestro “yo” y ofrecérselo a Jesucristo.
A veces me observo reflexionando y teorizando sobre órdenes materiales, vitales y espirituales. Y, por más que espero pacientemente, el Espíritu no me habla ni me ilumina. Sé reconocer su silencio; entonces no me atrevería a escribir en este libro ninguna de las cosas que se me ocurren, pero si alguna vez lo he hecho en la ceguera de mi vanidad, el mismo Espíritu me ha pedido que las suprima.
Mi impulso está dirigido a Dios. Si estuviera dirigido a las cosas del mundo, yo ya habría construido toda una teoría sobre todos los órdenes del universo, y sería tan coherente como falsa, tan verosímil como refutable, quebradiza e inútil. Pero como mi impulso es hacia Dios, el Espíritu no me habla de las cosas sino en la medida en la que me mantienen en la dirección recta. La humildad es obediencia, dejarse llevar. De nada serviría este libro si yo llegara algún día a la conclusión de que es mío.

La Verdad que ha anidado en nuestro corazón reorganiza nuestra mente y la capacita para comprender la lógica tanto de lo cercano como de lo lejano. Pero jamás empleando esa lógica podremos encender en nuestro interior la Luz de la Verdad. Siempre es una fuerza que se expande hacia el exterior, pero que no puede ser suscitada desde afuera. Por eso yo, como cualquier hombre lleno del Espíritu Santo, no puedo explicarle a otro hombre la inmensidad de lo que siento. En cada ser humano existe un hueco existencial que nada puede llenar sino Dios, pero el hombre siempre encuentra una excusa para no tener que enfrentarse a lo insondable de su “no ser”. Y por evitarlo es capaz de cualquier cosa.
Si yo no hubiese vivido en el mundo y no me hubiese dejado zarandear por los placeres y satisfacciones del mundo hasta el extremo del vacío mortal, no podría hablar de estas cosas con verdadero conocimiento. Ahora veo las cosas del mundo y también veo las cosas de Dios: conozco las palabras de los hombres antes de que ellos las pronuncien, sus sentimientos antes de que los muestren, conozco la raíz de sus desasosiegos y la solución a los mismos, pero cuando intento descubrirles la verdad de ellos mismos, mis palabras se traban entre mis dientes. Y si rompo a hablar, me miran con compasión o desprecio: “Mira éste, no es lo suficientemente fuerte como para resolver sus problemas por sí mismo. ¡Necesita creer en ‘cosas espirituales’!...”
Y la razón es que no es posible contestarle a un hombre una pregunta que él mismo se niega a formular.