KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 04


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  Por sobre la superficie del caos, y tomando su aliento existencial de un rayo del Luz divina, emergió el “ser sin nombre”, que manifestó su existencia en su tripso: Bradz, un Temor indescriptible, Glöv, un impulso desesperado por asirse a la Luz que le dio su existencia, y Klew, el orden que le permitía observarse y buscar el camino de huida del caos. Así se formó el cosmos que se eleva desde el caos en busca de Dios. Y en la cúspide del cosmos dentro de la tierra palpable, el hombre, heredero del “yo” del “ser sin nombre” a través de la elevación paulatina del mismo por medio de los órdenes intermedios.
En lo alto brilla la Luz, esto es, Dios. Que es Uno, como el “ser sin nombre”, pero que fue antes que él y que todo lo imaginable, porque el “antes” o el “después” de nuestra dimensión temporal se encuentran en el mismo “ahora” del instante inamovible en el que Dios existe.
Y consintió Dios en su “no ser”, y no por el puro Temor a la nada del “ser sin nombre”, sino por puro Amor al cosmos. Y se abrió, solemne, en un Tripso: El Padre, que es el “Yo” de Dios, allí donde el Amor alcanza la máxima expresión posible. El Hijo, que es el Impulso divino, Amor en movimiento, búsqueda y encuentro con el ser amado, que es el ser humano, representante del cosmos en la tierra. Y el Espíritu de Dios, Orden divino, que levanta el aliento del cosmos desde el “ser sin nombre” hasta los órdenes más elevados imaginables.
El Espíritu de Dios se filtra por cada resquicio, impregna cada cosa, sostiene al cosmos que, sin su aliento, es un armazón muerto que se desmoronaría en un instante. Y a partir del Tripso divino, la Santísima Trinidad, se abre un Cielo que, a la inversa del cosmos, parte del Ser, y baja hasta el caos para recoger el objeto de su Amor.