KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 05


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  propia naturaleza. El impulso cósmico esta pues supeditado al orden cósmico: primero se afianza en el “ser”, luego proyecta su impulso sólo hasta donde el orden no se vea afectado. Sabe que viene de la nada, y que lo único que puede salvarle de ella es el orden.
El Cielo, en oposición al cosmos, es hijo de la Luz, de Dios, que es el Ser que se sostiene a sí mismo. Todo orden celestial está supeditado al impulso. No necesita afianzar su orden para escaparse del “no ser”, al contrario, es el orden el que genera su “no ser”, aceptado por Amor. El principio de Cielo es el darse en la renuncia a su plenitud. El principio del cosmos es el recibir en la búsqueda de esa plenitud.
Por eso el cosmos (cuyo símbolo es la “tierra”) es el principio femenino de la creación, y el Cielo el principio masculino. Pero no a la manera de las cosas que están dentro del cosmos, que compartiendo el mismo principio sin embargo se forman en la cohesión o en la dispersión para poder encontrarse, sino que aquí los principios masculino y femenino se muestran en su esencia más pura, como puro impulso en oposición a puro orden, como dos realidades que nunca podrán conectarse, ni mucho menos fundirse. Existen a la manera de un abrazo amoroso en el que ambos principios están en cada cosa, y sin embargo es imposible que se resuelvan en una tercera.
He aquí la paradoja: Entre el Cielo y la tierra existe un abismo insalvable, y al mismo tiempo están tan juntos que es imposible concebir cosa alguna que no comparta lo masculino celestial y lo femenino cósmico.