KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 10


anterior - índice - siguiente

             
  El espíritu es de Dios, pero el espíritu en el cosmos no está sujeto al orden celestial. Por eso el cosmos, en su espíritu, aborrece su propio orden y busca lugar en el orden celestial, donde únicamente puede alcanzar su plenitud.
No puede haber plenitud sin unidad, pero sí unidad sin plenitud: el “ser sin nombre” es el símbolo de absoluta unidad en total ausencia de plenitud. La plenitud, que sólo se encuentra en Dios, es el objeto último del Amor. Y nada puede alcanzar la plenitud si no es junto con el resto del universo: por eso las cosas se unen para alcanzar a Dios.
Pero la tendencia a la unidad es un arma de doble filo. Lo que es unión coherente es exclusión de todo lo demás. Por eso el Amor también suscita la ruptura de la unidad liberando los elementos que la componen y propiciando una unión más plena a un nivel superior de elevación.
Hay pues un impulso cósmico interior, que tiende a unir y agrupar en órdenes como unidades independientes, y un impulso cósmico exterior, que es el del espíritu que se ve sujeto a un orden que impide su plenitud en Dios, y que tiende a romper toda unidad imperfecta. El cosmos muestra su “egolatría” en la firmeza de sus órdenes, y su Amor trascendente en la liberación de los mismos. Son dos impulsos que sólo en Dios se identifican, pero que en las cosas se manifiestan separadamente, y cada uno en el “ser” del Amor y también en el “no ser” del Temor.
El cosmos no permite que se rompa aquello que le enfrente al caos, pero tampoco transige con aquellos ordenes que se afianzan en su unidad impidiendo la transcendencia en la elevación.