KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 13


anterior - índice - siguiente

             
  El talante con el que escribo este tercer libro de mi obra es muy diferente a aquél con el que escribí los dos primeros. Entonces descubría sin saber a dónde me llevaría mi conocimiento. Ahora mi conocimiento está muy por encima de lo que escribo. Y también de lo que quiero escribir.
Pero no es mi conocimiento lo que me acerca a Dios. Es el hecho de comprobar que mi unión con Él me da sabiduría, que nunca es nueva, sino que es la expresión expandida de la Verdad que, en todo caso, ya está en el interior de cada hombre: Cuando el hombre se sitúa donde le corresponde y dispone su ser en conformidad con su esencia, todas las cosas se manifiestan diáfanas, porque son observadas desde la perspectiva correcta.
Sólo cuando el hombre se da cuenta y asume en lo más profundo de sí mismo que todo afecto terrenal no es sino una manifestación imperfecta de su Amor por Dios, ha situado su “Bradz” en el lugar que corresponde a su naturaleza. Si esta naturaleza le permite amar a Dios por encima de todas las cosas, debe amar a Dios por encima de todas la cosas, y así se sitúa en el lugar en el que el universo entero necesita que esté.
Pero no se puede amar a Dios por encima de todo y proyectar el impulso esencial en algo distinto a Dios. El impulso del Amor de Dios por el hombre y el impulso del hombre hacia Dios deben encontrarse logrando así la plenitud. Pero aquél que concibe a Dios como una Unidad inmóvil e inerte en su plenitud, sin ternura, que crea un universo para luego juzgarlo, éste hombre no conoce a Dios y por lo tanto no puede amarlo.
Un Amor tan perfecto no puede existir si no es correspondido en su totalidad, en lo grande y en lo pequeño. Para Dios, las aflicciones más insignificantes del hombre que verdaderamente le ama, son todas ellas motivo de atención.
Y no es que Dios se muestre indiferente ante el hombre que no le ama, es que Dios no puede conceder la plenitud a este hombre que no está situado conforme a su propia naturaleza. Y esto sólo se puede traducir en tristeza divina.
El impulso del Amor de Dios es su Hijo, Jesucristo, y aun aquél que no lo conozca por su nombre lo estará amando, sin nombrarlo, en lo más profundo de su ser si ha dirigido su impulso vital al “Todo Bueno” que conoce desde su interior.
El ateísmo no es sino una expresión vacía que nace de la réplica a “dios”, legislador y justiciero sin piedad, que hunde en los infiernos al hombre que no se le humilla ante él y sus leyes. El “dios” que el ateo niega, realmente no existe. A Dios no se le puede sacar del espíritu para llevarlo al orden cósmico y allí someterlo al juicio de la razón. Dios se manifiesta en el cosmos, pero ni es el cosmos ni está en él.
Cuando el hombre ama a Dios por encima de todo, y proyecta su impulso hacia Él, desata sus vínculos en el orden cósmico y los ata en el orden celestial. Entonces el Cielo ni querrá ni podrá prescindir de él. El Espíritu de Dios está en todas las cosas, pero este Espíritu cobra un poder especial cuando el hombre se vincula al orden celestial: Es el Espíritu Santo, el Orden divino que saca al hombre del cosmos y lo vincula al Cielo.
Que nadie diga “Dios me condena”. Dios no arranca del orden cósmico a aquél que, contradiciendo su propia naturaleza, se empeña en aferrarse a él, y que haciendo uso de su poder celestial se obstina en el “no ser” del Temor cósmico para construir por encima de lo que ya había culminado.
El fruto del cosmos es el hombre, aquél que ya puede dar el salto a la plenitud. ¿Como entender su negativa? Por la soberbia: prefiere ser el primero en el orden cósmico que el último en el orden celestial.

Y aun entendiendo estas cosas, no las termino de entender. Por que están y siempre estarán por encima de mí.