KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 14


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  Los órdenes acaparan su unidad y no pueden ni quieren desembarazarse de ella. Pueden generar ordenes superiores y proyectar en ellos su “yo” en el impulso, pero no pueden deshacer su unidad en esta proyección.
Todo orden es un ciclo que se cierra en el reencuentro del “ser” con su pasado. Al cerrarse el ciclo una y otra vez, vincula los instantes entre sí hasta el punto que el tiempo comienza a estrecharse. El pasado y el futuro, ambos relativos, cada vez están más cerca entre sí hasta que llega un momento en el que el tiempo se consume, se paraliza.
Los órdenes ceden su unidad, o en la destrucción de su orden producida por algo exterior a ellos, o en la consumación de su tiempo: La muerte.

Los principios masculino y femenino están presentes en todos los órdenes. Lo femenino, que es cohesión densa, llama a lo masculino que es dispersión. Lo disperso se mueve y envuelve lo denso hasta que se identifican en lo inferior, en lo múltiple, que es donde la coherencia se define en el exceso o en el defecto. Así, en la unión, alcanzan la coherencia estable de un orden conjunto en el que, sin embargo, no hay renuncia de la unidad de cada uno de ellos, porque no está el género en la unidad superior, sino en su base. Esta estabilidad, no siendo auténtica plenitud, tiende a romperse porque es una unidad que niega toda unión más elevada. Entonces el principio femenino, que encierra la fragilidad de la cohesión sólida en exceso, se rompe en dos órdenes en los que, al menos uno de ellos, comienza el ciclo vital desde el principio. Pero su “yo” no lo toma de su orden “madre”, sino de su situación en el tiempo cósmico real. Esta ruptura del orden “madre” no significa una simultaneidad de dos órdenes iguales, sino un desplazamiento del tiempo. Si el tiempo es el que consume el orden vital hasta su muerte, este orden busca regenerarse fuera de su propio tiempo para retomarse en una réplica de sí mismo.
El “yo” es siempre único, cada cosa del cosmos es la manifestación de ese único “yo” en cada instante de todo su proceso de elevación. Pero el tiempo no transcurre igual para todas las cosas, ni siquiera en una misma cosa. La realidad temporal es mucho más profunda que un “antes” y un “después”. Precisamente la búsqueda de la unidad es el intento de unificar el tiempo, porque unidad es identificación, y si dos cosas transcurren en el mismo tiempo, son la misma cosa.
El “yo” sólo se puede ceder en el impulso, ya sea entendido como defragmentación de los entes más elementales, ya sea en la proyección al orden superior. Pero ni los géneros al unirse se proyectan su “yo” mutuamente, sino que satisfacen sus carencias complementarias en su parte inferior, ni el orden “madre” proyecta su “yo” en la ruptura, sino que se libera de la prisión de lo que, siendo pleno en la coherencia, no es pleno en el ser.