KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 18


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  Yo estoy en mí. Si me asomo a través de mi unidad interior, que es mi espíritu, veo a Dios. Si me asomo al exterior observo la expansión de mí mismo en todas las cosas. Y habiendo encontrado a Dios en mi unidad, ahora también lo reconozco fuera de mí, en la multiplicidad de las cosas, que es la expansión de mi memoria vital.
Todo lo que soy capaz de percibir es el pasado de mi espacio tiempo. Por eso soy capaz de percibirlo, porque está en mi recuerdo. El “ser sin nombre” abrió todo el cosmos desplazando en el tiempo su “yo”, y ahora yo soy el “ser sin nombre”, lo único que realmente existe en este instante cósmico en el que existo en la conciencia de mí mismo.
En mí está la Unidad divina manifestada en mi espíritu y el “yo” del ser sin nombre manifestado en la inmensidad del cosmos.
Esa tierra que yo piso ya no existe. Existió como un paso intermedio entre el “ser sin nombre” y yo, pero yo puedo pisarla porque la recuerdo. Y amándola me amo a mi mismo porque ella se solidificó en el orden vacuo cediendo su “yo” para ofrecérmelo a mí y, en esta cadena, continuar el proceso de trascendencia de lo múltiple exterior a la unidad interior: del cosmos al Cielo.
Por eso yo no sólo debo recogerme a mí mismo en mi interior, sino también en mi recuerdo. Porque cuando el interior y el exterior alcancen el pleno Amor, ya no habrá angustia ni muerte sobre la tierra. Y la Verdad no podrá ser eclipsada porque todo será Luz.
Si yo estoy donde corresponde a mi naturaleza, allí debo estar en mi instante cósmico, y en todos los instantes en los que esa misma naturaleza recibió el “yo” que ahora es mío.
Todos los seres del cosmos compartimos el mismo “yo”, y los seres humanos, además, compartimos la misma naturaleza, de manera que nos pertenecemos hasta lo más hondo. Todos los hombres que se sitúen según la pureza de su naturaleza humana, se encontrarán en el amor, y el Impulso de Dios, su Hijo Jesucristo, los hará Uno en Dios.
Cada hombre debe recoger de su recuerdo aquello que pertenece a su misma naturaleza para poder alcanzar la unidad, y así los distintos instantes cósmicos que pertenecen a cada hombre, puedan, en sincronía, llegar a ser un solo instante. Resolviendo el tiempo, resolvemos la multiplicidad anacrónica sin perder la identidad, porque el recuerdo de cada hombre no es identificable con el de ningún otro.
Lo Uno se expande en lo múltiple sincrónico, ya no en un orden de cohesión o dispersión, sino en un orden libre, fruto del impulso del más puro Amor, y esto es el Orden celestial.

El hombre que se niega a reconocerse en los demás, se instala en la anacronía del ser y se equipara a los órdenes inferiores que, guiados por el Temor, huyen de la unidad para evitar ser devorados por el caos. Igual que los órdenes inferiores murieron para liberar el “yo” que ahora es mío, él también morirá. Cuando un hombre dice ‘yo no creo en la otra vida’, seguramente no se engaña. Su afirmación se corresponde con la propia sensación de su situación en el cosmos. No puede haber trascendencia para el que no la impulsa.
Pero cuando el cosmos haya trascendido a lo celestial y ya no exista “yo” cósmico, sino que éste haya alcanzado la plenitud del ser, el cosmos se desvanecerá como impulso, pero no como orden en proceso hacia la trascendencia, y permanecerá como el recuerdo de cada individualidad en el Orden celestial. El orden de este hombre que niega la vida eterna también estará en el recuerdo del cosmos trascendido: ¿Cómo soportar estar incluido en el recuerdo de lo que es pleno sin posibilidad ya de lograr esta plenitud?
Por empeñarse en poner una barrera entre su “yo” y el exterior, ahora se ve él mismo en ese exterior con el que rechazaba identificarse. El Mal existe en el cosmos absorbiendo para sí lo que, según su naturaleza, debería impulsarse a la trascendencia. Cuando el cosmos trascienda al orden celestial, ¿dónde existirá el Mal?: En el recuerdo de la plenitud, pero fuera de la plenitud.

El Espíritu me dice la Verdad, y yo la expando. Pero los hombres sienten pánico ante la Verdad porque saca a la Luz sus más tristes y vergonzosas miserias. Y sabiendo en lo más profundo de sus corazones que esto es Verdad, se revuelven en su orgullo enfrentándose a Dios mismo. Y prefieren la muerte eterna antes que humillarse reconociéndose débiles, pobres e indefensos.