KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 19


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  El Mal no anida allí donde no se lucha por el Bien, porque no encuentra resistencia. El Mal se infiltra por entre los defensores de la Verdad, y se asienta en la ley. Porque la ley es orden, y el Mal sin orden no es nada.
La ley puede elevar al hombre a la perfección y puede hundirlo y destruirlo. Porque la ley genera sentimiento de culpa, y el sentimiento de culpa genera gran Temor, y el Temor, que es impulso descendente, junto con el impulso descendente del espíritu es el principio del Mal.
Jesucristo encontró un muro en el pueblo judío, porque éste estaba asido a la ley. Las iglesias 6 , escuelas e instituciones que se llaman a sí mismas ‘cristianas’, han sido la semilla de todo ateísmo y agnosticismo. Así, el mismo Mal que impidió la conversión del pueblo judío, es el que ha alejado de Jesucristo a muchísimos hombres buenos que, pudiendo conocerle, huyen despavoridos.
Cuando la expresión cósmica de la Verdad quiere reemplazar a la Verdad misma, se convierte en ley destructiva, que anula el ímpetu positivo del hombre hacia el Amor, que le destruye en un mar de culpas y le ahuyenta definitivamente de la verdadera palabra de Dios.
“Por sus actos los conoceréis”. Por sus actos, instituciones eclesiásticas, dejándose embaucar por el Mal, se han puesto al servicio de él, y han sembrado confusión en el mundo, miedo, insatisfacción y culpabilidad y, además, apropiándose en sus desatinos del símbolo de la cruz. ¿Quién podrá lavar su imagen?
Nadie trasciende al orden celestial por medio de la ley. Nadie que viva en la angustia de sus culpas puede proyectar su impulso hacia Jesucristo. Todo el que se crea en el poder de distinguir entre lo bueno y lo malo fuera de él mismo, ya se está poniendo por encima del bien y del mal, y está juzgando a sus semejantes, por mucho que quiera engañarse a sí mismo simulando que no lo hace.
El lenguaje es sólo es útil para despertar la Verdad del hombre en su interior, no para enseñársela. Jesucristo no escribió nada. Su testamento fue la llegada del Espíritu Santo. Pero los hombres, yo el primero, escribimos, atamos y consolidamos en el orden del cosmos lo que de ninguna manera pertenece a él.
El apóstata condenado sin remedio en las epístolas neotestamentales es ese hijo pródigo que el Padre siempre espera y que su hermano condena para siempre. Y siendo falso lo que digo, también es verdad: Yo entiendo el verdadero significado de la apostasía y la intención del apóstol que escribió la epístola, pero nada puede ser llamado ‘palabra de Dios’ como no sea la palabra viva del hombre iluminado por el Espíritu Santo, justo en ese momento que la pronuncia.
El Reino de Dios está en el Cielo, y, en la resonancia, se forma también en la tierra a través de la Iglesia de Cristo. Por eso, lo que aquí se ata o desata, se perdona o se retiene, también así sucede en el Cielo. Pero otra cosa es atar el Reino de Dios al cosmos, esto ya es mezclar dos naturalezas antagónicas: No se pueden confundir ideas o conceptos con la Verdad que intentan expresar. Las ideas y conceptos pertenecen exclusivamente al cosmos, y sólo son válidas en la medida que nos ayuden a desasirnos de él. Por eso Jesucristo mandó atar y desatar, perdonar y retener, para que la Verdad sea viva, y siendo siempre la misma se manifieste nueva y sugerente, porque es la intención, y no el orden, lo que permite el milagro de la salvación.

Yo soy católico y permanezco en la obediencia porque ahí encuentro mi libertad, pero nunca diré que no pertenezco a la iglesia evangélica o a la ortodoxa. La Iglesia de Cristo es Una, y seguramente está constituida por las personas más insospechadas.
Sin hacer juicio de su doctrina, Lutero seguramente estaba en contacto con la Verdad cuando defendió la fe como auténtica vía de salvación en medio de una iglesia embalsamada en vida por el orden.
El Papa es infalible cuando está inspirado por el Espíritu Santo. Cuando la Verdad se convierte en dogma, en ley, las iglesias se escinden, porque están movidas por las leyes de los órdenes cósmicos, y no por el impulso celestial. Cualquier hombre verdaderamente cristiano es infalible cuando el Espíritu Santo habla a través de él, ¡cuánto más la responsabilidad papal!
Sólo es necesario legislar aquello que puede ser y puede no ser. Lo que es y no puede no ser, no necesita apoyarse en la ley, porque ya está apoyado en la Verdad. Nada que venga de Dios necesitará por lo tanto el apoyo de la ley 7 .
Jesucristo dio cumplimiento a la ley para sublimarla en el Amor, y explicó cómo se ama y cómo no se ama. Luego los hombres hacen de sus palabras otra ley, tan terrenal y cósmica como la que Él deshizo.

La separación entre las iglesias cristianas sólo se da en el puro plano cósmico. No se trata de unir las iglesias, porque la Iglesia de Cristo es Una. Se trata más bien de encontrarla en el silencio, en la humildad y en el Amor, desatando dogmas inútiles y atando allí donde se manifieste el impulso de la fe.
No sabemos nada. La expresión inequívoca de la Verdad en el orden siempre eclipsa la Verdad. Jamás un libro bíblico, por canónico que sea, podrá estar por encima de la vivencia personal del encuentro con Cristo. Y no existe el peligro de la división, porque Cristo es Uno: la Verdad es Una. Y todo el que se encuentre con Él llegará a las mismas conclusiones. Sólo la falta de fe en esta Unidad de la Verdad haría necesaria la presencia de la ley y el dogma. La doctrina tiene una única función: ayudar en el camino del verdadero encuentro con Cristo; y allí se encuentra todo lo demás, y lo que no se encuentre es que no era Verdad. Porque no existe Verdad válida para el hombre sino aquella que su espíritu le descubra.
Dios nos ha revelado cosas que, por nosotros mismos, jamás hubiésemos sido capaces saber ya que estas cosas están muy por encima de nosotros. Entonces, ¿cómo digo que la Verdad está en nuestro espíritu? Una Verdad que viene de Dios resuena en nuestro interior en tanto que llena plena e inequívocamente de contenido algo que estaba vacío, por eso digo que la Verdad siempre la descubrimos en nuestro espíritu.
La verdadera doctrina indica un camino hacia un ideal, no impone maneras de pensar. Cuando los hombres se encuentran en la libertad, sin egoísmos, tienden a unirse y a compartir sus inquietudes. Los grupos unidos por órdenes doctrinales, por su mera presencia, ya representan una imposición ante aquellos que no le pertenecen. La exclusión va implícita en la rigidez del orden. Pero cuando la doctrina no se cierra en el orden sino que se abre en el impulso, atrae con fuerza reuniendo a los hombres en la unidad de su propia naturaleza.