KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 20


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  El animal vive en la candidez. Se acerca a lo que le place y huye de lo que le disgusta, pero acepta las cosas tal cual son sin someterlas a juicio. Conoce su límite y su lugar, y allí se sitúa. El Mal nada puede contra él, porque el animal no lo conoce y no se le puede oponer.
El hombre conoce el Mal. En el cuento hebreo de Adán y Eva, antes de comer del fruto prohibido ya existía la prohibición: aquello que está fuera del orden de su naturaleza. El impulso espiritual descendente es el que le permite al hombre situarse fuera de lo que conviene a su naturaleza, porque este impulso celestial es libre: el orden se supedita al impulso, mientras en que en el cosmos el impulso está supeditado al orden.
Los órdenes sociales intentan que el hombre pueda ejercer su libertad en el impulso pero siempre dentro del orden. Es un intento de devolverle la candidez perdida: Si todo está dentro del orden, ya desaparece el Mal. Es como si la fruta prohibida fuese devuelta al árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero este orden social es postizo, porque no parte de la naturaleza humana, sino del margen en el que los individuos necesiten ejercer su libertad. Por eso los sistemas sociales humanos son siempre cambiantes mientras que los de los animales permanecen.
Los sistemas sociales humanos más estables no son los que abarcan un mayor ámbito de libertad de impulso dentro de su orden, sino los que intentan situar al hombre en conformidad con su naturaleza. El Mal no se erradica ni se disimula, sino que se le sitúa para no ser presa de él.
Cuando el hombre, en su afán de encontrar un orden social estable, se sitúa por encima del bien y del mal, entonces ya pierde la referencia de sí mismo, no le es posible volver a la candidez ni situarse conforme a su naturaleza. Nada de lo que construya de esta manera tendrá verdadera eficacia: Puesto que el Mal procede del Temor, y la ley suscita Temor, piensa que relativizando la ley le quita al Mal su fuerza, pero se equivoca. La cuestión es muy distinta.
El hombre busca la libertad, la ley se abre cada vez más para permitirle el desahogo de sus impulsos dentro de la legalidad: Cuando la ley llega al extremo de la dispersión, la sociedad se desmorona, pierde el control y se desencadena todo tipo de abusos e injusticias. Y en ningún caso ha habido hallazgo de la libertad.
Dice el Señor: “La Verdad os hará libres”. El hombre encuentra la libertad en la obediencia a la ley que es conforme a su propia naturaleza 8 . Ve el Mal, pero no necesita oponerse a él, ni esconderlo poniéndose por encima de él. Entonces verdaderamente el Mal pierde toda su fuerza.
Pero el hombre, por su propia voluntad, no puede cumplir esa ley, porque sólo le será posible cumplir la ley que sienta como propia. Es necesario primero ubicarlo según su naturaleza, y entonces la ley aparece espontáneamente. El hombre se ubica según su naturaleza cuando ama a Dios por encima de todas las cosas. Ahí recupera su unidad y verdadera candidez.
El hombre moderno piensa que, en sus conocimientos y avances científicos, se ha puesto muy por encima de esta Verdad tan simple que parece ser más propia de sociedades primitivas que de una sociedad realmente evolucionada, y cierra los ojos cuando se le hace comprender que el conocimiento puede evolucionar, pero que la naturaleza humana permanece en el mismo sitio. Impensable sería que llegara a comprender que la evolución del conocimiento no es verdadera evolución, sino un difuminarse en los órdenes de las cosas alejándose cada vez más de sí mismo en una pérdida progresiva de su propia identidad.