KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 27


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  La mente puede entrar en las cosas. No como la ciencia, que sólo entra en los órdenes de las cosas, sino entrar en las cosas mismas. Y las puede mover y transformar sin ni siquiera tocarlas.
La ciencia puede ser buena o mala, según que sea para nosotros una herramienta o pongamos en ella nuestra esperanza de seguridad. Pero introducirse en las cosas es tomar un camino peligroso, porque puede ser perder la referencia de uno mismo.
Si transformamos las cosas mediante la oración o invocando el nombre de Cristo, sabemos que lo que sucede está en armonía con la voluntad divina porque viene del Cielo. Pero si las transformamos nosotros mismos, ¿a qué voluntad nos estaremos sometiendo?
El “yo” del hombre está situado en él, y ahí tiene su máxima eficacia. Si lo desplazamos a las cosas estaremos regresando en el proceso cósmico de elevación, devolviendo el “yo” a lo que ya había muerto para que nosotros existiéramos.
El triedrasma lanza la realidad lejos de sí misma invitándola al reencuentro.
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El hombre que se introduce en las cosas se sitúa en el abtripso, se convierte en la irrealidad de sí mismo.
Y no escribiré más al respecto no sea que mis conocimientos se vuelvan contra mí y me introduzcan nuevamente en aquella oscuridad que ya no quiero volver a vivir.
Dicen las escrituras que falsos mesías harán grandes prodigios ante nuestros ojos. El Mal se nutre de la desesperación del hombre, y va adquiriendo fuerza en el anonimato. Pero llegará el día en el que se manifestará sobrecogedor.
No todo lo prodigioso viene necesariamente del Cielo.

Sé que el Espíritu quería que yo hiciera referencia a todo esto sólo para tomar conciencia de lo siguiente:
El poder humano puede ser muy grande, siempre situándose fuera de su naturaleza. A su vez, el Mal seduce al hombre allí donde es más vulnerable: El Poder.
Nada puede influirnos si permanecemos en la pureza del Amor al Padre y en el impulso de la fe en Jesucristo.