KYRIE ELEISON

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fuera de la ley

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sobre la fe: "el sabio y el caminante"

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El Caminante entró en la cabaña del Sabio, y, arropándose con un manto, se sentó junto a él. Se miraron. El Caminante dijo: “No entiendo por qué Dios no escucha mis oraciones.”
El Sabio le respondió: “Dios es Amor, por eso no existen dos cosas en el cosmos que jamás puedan encontrarse.”
El Caminante dijo: “Eso no resuelve mis dudas.”
El Sabio continuó: “En el Amor, el anhelo de tu corazón y la realidad exterior a ti se encuentran, es decir, Dios hace realidad tu anhelo.”
El Caminante dijo: “Tus palabras siguen sin resolver mis dudas.”
Entonces el Sabio continuó: “El Dios que habita en tu interior y el que está en todas las cosas es el mismo Dios. Sólo que tú te has interpuesto.”

El Caminante seguía sin entender. Quería deshacerse de sí mismo, pero no podía. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo dejar de ser un estorbo para que el Dios que habitaba dentro de él y el Dios que está en todas las cosas se encontraran y se aunaran en un solo impulso, en una sola voluntad?
Dios es Amor, ¿qué había dentro de él que no era Amor? Porque de seguro que era eso lo que estaba bloqueando la eficacia de su ser.
Después de un tiempo de silencio en la tristeza, en el anhelo desesperado del perfecto Amor, el Caminante se llenó pasión, se levantó con furia, lanzó al aire su manto y, señalando hacia un ventanuco de la cabaña, gritó: “¡Yo te lo digo, ábrete!”
Llegó una ráfaga de viento, y el ventanuco se abrió.

El Caminante seguía en pie, perplejo, sin terminar de creerse lo que había ocurrido. Luego recogió su manto, se cubrió con él, y se sentó otra vez junto al Sabio.
El Caminante comenzó a pensar en voz alta:
“El ventanuco no tenía puesto ningún cerrojo, en realidad no es nada extraordinario que se abriera solo... Yo me levanté con mucho ímpetu, y lancé mi manto. Esto pudo ocasionar un movimiento de aire suficientemente fuerte como para abrirlo... Estamos arropados con nuestros mantos porque el tiempo es frío y ventoso. ¿Qué de extraño hay en el hecho de que una ráfaga de viento abra un ventanuco suelto de una cabaña vieja?... Además existe la premonición, y esto tampoco es nada extraordinario. Son fenómenos estudiados. Yo no abrí el ventanuco, sino que yo intuí que se iba a abrir, y por eso me levanté y le di la orden de que hiciera justo lo que hubiese hecho en todo caso... ¿Y la casualidad? ¡La casualidad juega malas pasadas!....”

El Sabio escuchaba silencioso todas las reflexiones del Caminante.
Al Caminante le exasperaba la paz, la tranquilidad de la mirada del Sabio, entonces le dijo: “Lo intentaré otra vez, y ahora comprobaremos la verdad.”
Se levantó con furia, lanzó su manto al aire y señalando al ventanuco con su dedo índice le ordenó: “Yo te lo digo, ciérrate.” Pero el ventanuco no se cerró.
El Caminante estaba terriblemente abatido, tanto, que el Sabio consideró que era el momento oportuno para hablarle otra vez. Le dijo:
“Te desnudas ante el dios razón, te arrodillas ante él y le besas los pies. Luego le pides que cierre una ventana desde la distancia y sin lógica alguna. Yo te lo aseguro: aunque el dios razón quisiera complacerte, aunque pusiera todo su empeño en cerrar esa ventana, no podría.”

El Caminante se tumbó junto al Sabio, en el suelo de la cabaña, y estuvo mucho tiempo en silencio intentando también silenciar su mente.
Luego se incorporó, se despidió del Sabio, y, dándole las gracias, abrió la puerta de la cabaña dispuesto a retirarse. Pero no pudo evitar volver la mirada y formularle al Sabio una última pregunta: “¡Tú lo sabes, dímelo!, ¿qué fue lo que abrió el ventanuco? ¿Fui yo? ¿En qué me estoy equivocando?”
Y el Sabio le respondió:
“En tu pregunta está tu error. No debes preguntarte ‘¿qué fue lo que abrió el ventanuco?’, sino ‘¿por qué la primera vez que expresé mi voluntad ésta se cumplió, y la segunda vez no?’”