KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU (2)

   

HOKDS

      E

libro 4 - capítulo 07


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  Sobre el pecado se construye la salvación. Sobre la impureza pone el pie aquél que se levanta hacia la Luz. Nada puede elevarse si primero no está abajo.
El pecado, cuando es expuesto a la Luz de la Verdad, humilla al hombre y lo empequeñece. Entonces, el hombre empequeñecido puede elevarse ligero un escaño sobre el camino hacia Dios.

El pecado que no es buscado, sino que brota de nuestra pequeñez, es el lastre que debe aparecer para poder echarlo fuera.
Todo hombre peca, y el que diga que no lo hace, es que ha educado su conciencia para que no lo denuncie, y se ha puesto de espaldas a la Luz.
Si el hombre no se avergüenza de su pequeñez, se paraliza: se vuelve grande, duro y pesado. Si el hombre no reconoce la impureza que existe en él, jamás podrá limpiarla.

Aquél que se justifica a sí mismo ante Dios entra en el territorio de la ley, y el falso dios tarde o temprano comenzará a lanzar sus amarras para retenerlo en su reino rectilíneo de justicia despiadada.
Aquél que muestra su realidad desnuda ante la Verdad de la Luz, escapa a todas las leyes y trampas, y vuela libre entre el cielo y la tierra.
 

07 - a

De la oscuridad se desprende la Luz, de la ley surge el Amor, del pecado nace el perdón divino.
El pecado pertenece a la oscuridad de la ley, y así como la luz rompe la oscuridad, la ley se rompe con el perdón. Sin ley no existe la misericordia divina, sin ley no podríamos desasirnos de la ley misma para trascender al reino de la Luz.
Si lo falso e inauténtico no intenta atraparme y envolverme, entonces no resplandecerá mi libertad y autenticidad.

La ley de Dios es siempre nueva. Hay una ley distinta para cada día y para cada hombre, porque la ley que se cumple ya no es ley. Nadie legisla con normas que no han de ser transgredidas, por el contrario, la ley sólo se hace presente en el incumplimiento.
Por eso la ley de Dios sólo mira nuestra imperfección e impureza: porque es lo que nos separa de Él, y al mismo tiempo lo que le permite al hombre crecer sobre sí mismo para acercarse a Él.
Cristo no vino a salvar a los justos: no vino a salvar al hombre que no es capaz de angustiarse por su distanciamiento de Dios. Cristo vino a salvar al pecador, porque el pecado depende del profundo sentir del hombre, y no de una ley impuesta desde el exterior: El pecado es la sensación profunda e indescriptible de la lejanía de Dios.

El hombre injusto que no ilumina su injusticia para encaramarse en ella sino que acepta como señor al falso dios, deberá también aceptar su ley implacable que ni perdona ni olvida.
Porque cada cuál sólo puede ser juzgado en su reino. Pero no hay juicio cuando no hay ley: por eso el hombre que pertenezca al reino de la Luz no será juzgado, porque iluminó la ley con el Amor, y se encaramó a ella dejándola atrás.