KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU (2)

   

HOKDS

      E

libro 4 - capítulo 08


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  No hay Luz en la justicia. Porque lo justo se acomoda fácilmente y se vuelve uniforme y rectilíneo: entonces deja de ser.
El hombre justo ante Dios es el que busca la justicia más allá de la razón equitativa de los hombres. La justicia de Dios excluye la propia ley, porque siempre es nueva, nunca queda atrapada por la costra de su propia uniformidad.

La Luz brilla en el sufrimiento: el hombre que sufre y se lamenta llama a Dios aunque no le conozca. Y la justicia de Dios es siempre acudir a su llamada y aliviar sus tristezas aunque éste merezca todos los males según la justicia del mundo.

El hombre que vive en la ley se hace presente en el mundo porque juzga a los demás, y es objeto de la atención de todos, pues es también reo de juicio. Y la propia ley le hace un hueco y le sitúa de manera que ninguna de sus acciones quedará impune porque su presencia es insoslayable.
Mas he aquí que, paradójicamente, su presencia será tanto más patente cuanto más injustos sean sus actos, pues lo que se acomoda y no choca, desaparece y queda reducido a la nulidad de lo previsible.

Sin embargo, el hombre que busca la Luz no vive en la ley. No juzga, y por lo tanto no es reo de juicio, pero es injustamente juzgado por todos.
Al no aceptar la ley del mundo, el mundo no le guarda sitio y, al final de los tiempos, no será juzgado. Porque quien busca la Luz, él mismo se hace luz y se deshace continuamente de la costra legalista que le retiene en el mundo.

Pero la ley previene la injusticia, entonces ¿cómo actuar sin ley y sin cometer las peores injusticias?
Sólo puede actuar sin ley el hombre que está lleno del Amor. Entonces ya no es él, sino que es luz, y Dios actúa a través de él, ¿quién se atreverá a juzgarle?
El hombre que ha experimentado el Amor de Dios, y se ha visto dentro del Reino de la Luz, ya no vive sino para mantener vivo ese Amor y encendida esa Luz. Cualquier alejamiento de Dios, por pequeño que sea, le producirá una angustia indecible.

08 - a

¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
No soy yo que, por mi esfuerzo y conveniencia, me mantengo unido a ti, sino que eres Tú que me retienes a tu lado. Y para demostrármelo y que no viva confundido, te alejas un poco para que yo, buscándote con desesperación, me vea caer al vacío sin remedio. Y así llegue al convencimiento de que todo el Poder es tuyo, y que lo único que yo puedo ofrecerte es mi consentimiento a tu voluntad.


08 - b

Tanto más seguro me siento de mi Señor, tanto más profundamente se esconde Él de mí; entonces yo me siento muy solo y confundido. Y camino hacia Él sin verlo, y hablo con Él sin sentirlo. Me enfrento sin titubeos a las peores circunstancias como si Él estuviera más cerca de mí que nunca.
Mi fe comienza a calar en mi interior y ya me sostiene incluso en mis acciones más irreflexivas. Él apaga toda luz exterior para que yo aprenda a reconocerlo en el más tenue brillo de mi interior.