KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU (2)

   

HOKDS

      E

libro 4 - capítulo 10


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  “Señor, ¿por qué no me iluminas revelándome todas esas cosas que yo de ti no entiendo?”
Y el Señor me dice: “Estoy esperando que crezcas en tu sencillez y así puedas entender lo sencillo de mi Verdad.”
Debo entender a mi Señor, para que mi fe tenga el substrato racional que le permita conjugarse con todas las cosas de mi vida. Y debo no entender, para que la confianza en Él sea mi verdadero soporte. Y porque la razón destruye todo lo que es capaz de abarcar. Yo no puedo abarcar los misterios de Dios, pero por mi soberbia puedo llegar a creerme capaz de descifrarlos. Lo que yo sea capaz de entender, Él ya me lo muestra sin esfuerzo alguno. Lo que yo no sea capaz de entender, se deformará en mi mente si yo, codicioso de sabiduría, intento descifrarlo razonando.


¡Parece tan contradictoria la acción de Dios en el mundo! Quedamos confundidos ante la paradoja de la providencia y la libertad; porque si todo es providencia y la mano de Dios está en todos los hechos, ¿dónde queda nuestra libertad?, ¿qué habría Dios de reprocharnos si en nada podemos escapar a su voluntad?, ¿cómo condena la injusticia si ésta forma parte de su providencia?
Pero esta paradoja que lleva al rechazo de la Verdad o a una complicación importante de la visión de la realidad divina, encuentra una comprensión fácil y evidente en la pureza del espíritu. La razón sólo es capaz de relacionar las percepciones que llegan hasta nosotros, pero la Verdad no se alcanza en la relación racional de las cosas, sino en el cambio de la percepción de las mismas.
La Verdad no se esconde detrás, sino que está escondida en el lugar más visible. Escondida a los ojos de los que la quieren poseer, y nítida y evidente a los ojos de los humildes que se someten a ella.

El hombre se eleva cuantitativamente en el “ser”, y cualitativamente en el “no ser”.
Cuando Dios me bendice en mi entorno vital, y me regala seguridad y alegría, yo me elevo hacia Él y le glorifico, mas esta elevación tiene un límite porque, aun impulsado por Dios, estoy sin embargo sostenido en el “ser” por el rey de la oscuridad, que me reclama a formar parte de su realidad inerte. Debo desembarazarme entonces de mi seguridad rompiendo con dolor el soporte de mi “ser” para refugiarme en mi “no ser”. Esto sólo puede hacerlo quien confía plenamente en Dios, porque el “no ser” del hombre produce pavor sin la compañía divina.
En el “no ser” del hombre está el sufrimiento, el dolor, la muerte. Es la otra cara de la realidad, donde nada nos sostiene, pero tampoco nada nos detiene. Cada hecho de sufrimiento en la confianza de Dios, supone un resucitar más cerca de Él.
Cuando el hombre ha experimentado en su vida que todo sufrimiento es una bendición divina aun más maravillosa que la seguridad y la alegría en el entorno vital del “ser”, entonces ya no existe en el universo ninguna realidad sin significado divino. Todo es providencia, pero nada está calculado de antemano. El universo se crea y recrea en cada instante con su propia lógica distinta. Todo es nuevo e irrepetible, pero nada escapa a la intención de Dios.

Deshacerse, aun con dolor, de los órdenes fríos e inertes del reino de la oscuridad y lo inexorable, es una experiencia maravillosa para el hombre sabio instruido por Dios. Lo que para la inteligencia más preclara del mundo es un sinsentido, una realidad tristemente irremediable, para el hombre de Dios es la otra cara de la Realidad plena, donde todo alcanza un verdadero y único sentido, pues no existe nada que no nos impulse en dirección a la plenitud de Dios.

10 - a

¿Para quién escribo? El que sea capaz de entenderme es que no necesita leer lo que estoy escribiendo. El que no haya vivido una experiencia importante de comunicación con Dios, aunque crea entender, nada entenderá; ante su mirada y su inteligencia todo lo que aquí se dice caerá dentro de conceptos estudiados, clasificados y, posiblemente, rechazados y superados. Porque para ver lo que muestro hacen falta unos ojos que sólo Dios puede dar, y se los da a quien Él quiera dárselos.
Una hoja de un árbol cae a mis pies: Dios me está hablando, ¿qué es lo que me dice?
Yo sé lo que me dice, sé cómo hablar con Él. Pero a nadie puedo enseñarle a hacerlo, porque otro día, en el mismo sitio, cae a mis pies una hoja del mismo árbol, y tal vez en esa ocasión Dios me esté diciendo justamente lo contrario, o incluso no me esté diciendo nada. ¿Cómo saberlo? Yo lo sé, porque la palabra de Dios no está en la hoja, sino en mí.
Así como la Verdad no está detrás de las cosas, sino situada en el lugar más visible, así también Dios se hace presente allí donde es más fácil verle. Pero ni la Verdad es visible a los ojos del mundo, ni nadie a visto nunca a Dios. Pues no está el problema en el lugar en el que se encuentra, sino en los ojos con los que se le busca.


10 - b

Dios me da señas claras de su presencia en mí, me ilumina y me colma de bendiciones. Luego, cuando todo augura un futuro feliz, mi estabilidad se tambalea, mi seguridad se rompe, y yo, estúpido de mí, pienso: “Dios me ha abandonado.”
¿Cómo va Dios a elevarme hasta Él si no me arranca primero del férreo orden del reino de la oscuridad?


Él me dice: “Ningún temor viene de mí, ninguna inseguridad nace de la semilla de mi palabra. Si no confías en mí cuando no me ves, ¿que valor puede tener tu fe?”