KYRIE ELEISON |
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ESPÍRITU (2) |
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HOKDS |
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E |
libro 5 - capítulo 02 |
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El reino de lo oscuro, de lo inexorable, está formado por individualidades. Cada cosa se presenta como única y diferenciada del resto. Lo colectivo está supeditado a la individualidad y al servicio de ésta. En el Reino de lo luminoso los seres son en tanto que se identifican unos con otros. La individualidad surge de la expansión, del movimiento, siempre supeditada a la Unidad, que es la que le da existencia. En la medida en la que un hombre impone la presencia de su individualidad, se está cerrando él mismo el acceso al Reino de la Luz. Es la lucha terrible y dolorosa del hombre por deshacerse de sí mismo. Para yo poder impulsarme hacia la Luz, primero tengo que ser, ser yo; y luego, apoyado en este substrato sólido, elevarme por encima de mí mismo. Cuando mis pies ya no tocan el suelo firme de mi identidad, todo mi ser se estremece: ahí, y sólo ahí, la presencia de Dios se hace ostensible. Mi cuerpo es símbolo de mi individualidad. Debe existir para poder dejar de existir situándome por encima de mí mismo. Es bueno porque es perecedero, ya que si me retuviera siempre en él no habría para mí esperanza de trascendencia a la Unidad. Pero si yo me aferro a mi cuerpo o me sirvo de él para otra cosa que para trascender, yo mismo me hago perecedero: Mi cuerpo deja de existir para liberarme y permitirme, en mi impulso, la trascendencia, es decir, la resurrección por encima de mí mismo. Pero si cuando mi cuerpo deja de existir yo no me he impulsado, al desaparecer el soporte a mis pies, caeré al vacío sin remedio. Pero en este impulso debe haber una renuncia a la individualidad, porque ésta arrastra a la oscuridad, ya que es opuesta a la Luz: En la Luz no existe otra individualidad que la de Dios: Quien, en el Reino de la Luz, pretenda ser “él mismo”, estará retando a Dios (tal es la historia de Luzbel). En el reino de la oscuridad, las cosas son tanto más cuanto mayor y más ostensible sea su presencia individualizada. Las cosas se agrupan unas con otras precisamente para preservarse y defenderse mutuamente, cada una en su propia identidad. En el Reino de la Luz, las cosas son tanto más cuanto más identificadas estén con el Ser pleno. La individualidad pasa a ser una especie de adorno: la expansión que resulta de la propia Gloria de Dios. El hombre debe volver a nacer para poder salvarse: Debe darle la vuelta a todo su ser, cambiar la dirección de su existencia desde lo más íntimo de sí mismo. Ofrece su individualidad a Dios, y se deshace de ella. Una vez puesta la semilla, Dios hace el resto: arranca poco a poco al hombre de su esclavitud a lo oscuro y lo identifica a la realidad luminosa: Cuando el cuerpo desaparece el hombre no cae al abismo, porque ha identificado su existencia con la Verdad que no muere. 02 - a Esta verdad tan clara, tan sencilla, que está a vista de todos y que parece imposible de disimular, sin embargo para muchos resulta como perteneciente al ocultismo, a una irrealidad fantástica en la que es casi imposible creer para el que esté en su sano juicio. Lo interior y lo exterior: Lo interior que es uno, lo exterior que es múltiple. |
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