KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU (2)

   

HOKDS

      E

libro 5 - capítulo 10


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  Nunca habla Dios para confirmar ni para alabar. La alabanza de Dios, la confirmación en su beneplácito, es la Paz interior que Cristo nos dejó y que sólo la disfruta el que cumple sus mandamientos.
Dios no da más apoyo que aquél que se corresponde exactamente con nuestra inestabilidad. Todo apoyo suplementario no viene de Dios, sino del príncipe del mundo: porque nos permite olvidarnos momentáneamente del Señor en vista de que tenemos un margen más amplio de estabilidad.
Nada que venga del Cielo es acumulable porque la existencia de las cosas del Cielo está supeditada únicamente al impulso del Amor.
La fe mantiene al hombre de Dios en la seguridad de que cada instante Dios hará el milagro que haga falta para mantenerlo a salvo del Mal, hasta el instante siguiente.

Los hombres buscan a Dios en lo portentoso, en lo inexplicable, y piensan que lo inteligible y razonable ya les pertenece a ellos, y no a Dios.
Cuando un hombre se encuentra con Dios, ya las cosas empiezan a dejar de ser tan inteligibles y razonables por sí mismas, y aparecen milagros ocultos a los ojos del resto de la humanidad.
Ni lo razonable es sólo cosa de los hombres, ni lo portentoso viene siempre de Dios.

Dios no es impositivo ni prepotente, sino que respeta al mundo: Todo milagro en el mundo que venga de Dios obedece a las leyes del mundo, y por eso queda impreso en él.
Pero es omnipotente, esto es: Dueño de las leyes del mundo, las conoce hasta en sus más pequeños entresijos. Si el mundo existe sustentado en el orden, en la razón, en la estructura sólida, Él suscita el orden que desea simplemente con el Poder de su Amor, o lo que es lo mismo: con el Poder de su infinita Fe. Porque el origen primero de todos los órdenes del mundo es la fe.

Dios nos demuestra con sus milagros que la razón divina está siempre por encima de la razón humana. Esto, el hombre lo entiende como que lo divino no es razonable, y entonces separa lo inteligible de lo ininteligible llamándolo humano y divino respectivamente.
Cuando, en sus avances culturales, el hombre consigue explicar razonablemente una serie de fenómenos que antes refería directamente a Dios porque no los entendía, ahora piensa que aquello era una farsa, que le está ganando terreno a Dios, y en la medida en la que consigue explicar las cosas, Dios es menos necesario. Hasta que lo suprime totalmente con la idea de que, poco a poco, logrará explicarlo todo y entonces ya Dios pasará a ser parte de la mitología del pasado.

El hombre que se ha encontrado con Dios no lo busca en lo ininteligible, en lo desconcertante, sino que más bien toma conciencia de lo ininteligible y desconcertante de cada hecho de su vida.
Ante algo asombroso, el hombre prepotente busca inmediatamente una explicación: Cree así haberle arrebatado a Dios la posible autoría de ese hecho.
Ante las cosas más insignificantes, el hombre de Dios ve la mano de Dios, y comprende la providencia divina. Por eso Dios le habla con palabras, como un Padre le habla a un hijo, y existen diálogos y hasta discusiones: Y nada escapa de lo normal; los estados de trance o de exaltación mística no son necesarios. No hace falta recurrir a lo paranormal para justificar una comunicación real con Dios: Porque no hay cosa que suceda que no encierre un misterio, no existe nada en el universo que no contenga un mensaje vivo de Dios.

10 - a

La sabiduría del mundo no permite el conocimiento de las cosas, sino que remite cada cosa a un concepto abstracto en el que está toda la información que se pueda obtener de ella.
Sin embargo, cada cosa es una unidad absolutamente inidentificable con ninguna otra. Esta sensación de unicidad de cada cosa del universo no pertenece al mundo, y por eso el mundo la rechaza: El rey de la oscuridad lo sitúa todo de tal manera que nada escape a la ley, porque entiende que la ley es lo único que permite la coexistencia ordenada de las individualidades inconciliables: Rompe la individualidad identificando las cosas en conceptos que las representen.
Pero a la Luz de la Verdad, las cosas son únicas, tienen una existencia maravillosamente exclusiva, no hay nada que carezca de sentido en sí mismo. ¿Por qué? Porque a la Luz de la Verdad, todo es uno, y entonces las cosas son la expansión de la unidad. Es justo el pensamiento contrario al del mundo.
A la Luz de la Verdad, todas las cosas están contadas, y cada una tiene una función absolutamente específica dentro de un orden en el que no es posible prescindir de nada.
Sin embargo, para el mundo, cualquier cosa puede ser sustituida por otra equivalente que cumpla la misma función, porque verdaderamente no se ordenan seres existenciales sino conceptos abstractos.

El concepto abstracto es bruma ante los ojos del hombre que pretende conocer la Verdad. Hasta que el hombre no recupere la capacidad de ver las cosas mismas, cada una absolutamente diferenciada del resto de la creación, absolutamente nueva y original, difícilmente podrá reencontrarse con Dios en una comunicación fluida.

10 - b

Cuando queramos conocer a un hombre, más que en lo que es, debemos fijarnos en lo que quiere ser. Sus pensamientos, que no se oyen, son más importantes que sus palabras; sus sentimientos, que no se ven, son mucho más importantes que sus gestos.
Lo que se oye y se ve es siempre el resultado de lo oculto, nunca a la inversa.

Cuando un hombre abre los ojos a la realidad espiritual, ya no se detiene tanto en observar la forma de las cosas, sino que reconoce lo que sólo es apariencia, y la distingue de la realidad que la genera.
Por eso el hombre de Dios habla y nadie le entiende, señala con su dedo hacia la Verdad, pero los demás no ven nada en la dirección señalada.

La Verdad está en el impulso de las cosas. Como ráfagas luminosas, como destellos que deslumbran, así es la realidad espiritual. El orden, lo que se ve, se oye y se toca, eso sólo es el depósito sólido, verdaderamente el excremento resultante.
El hombre esclavizado por el rey de la oscuridad se revuelca en los excrementos del verdadero movimiento, y busca la razón de las cosas en el desecho, en lo corrompido de ellas.

Antiguamente se hablaba de los dioses, los demonios y los espíritus como realidades presentes, operantes, influyentes: Hoy en día todo esto ha tomado un contenido simbólico.
Sin embargo las leyes que Dios emplea para salvar al mundo son ajenas a él. Porque no saca sus elegidos del mundo para salvarlos, sino que los atrae a su Reino desde el mismo mundo.
La ciencia cree que por darle una explicación lógica a las cosas, las libra de una interpretación más sutil, y entiende que ésta es sólo superstición. Dice: “Esto está demostrado científicamente, no cabe discusión.”
Sin embargo, la ciencia estudia el excremento de la vida, la superficie sólida de las cosas, y ahí todo es igual porque todo está sujeto al reino inexorable de la oscuridad.

Porque donde se reúnen muchas personas y ponen su adoración comunitaria en algo, ahí ha nacido un dios. Y no se trata de un símbolo: Un dios tiene voluntad, deseo de permanecer, y armas con las que atraer a personas que le adoren para poder seguir existiendo.
Científicos hablan de fenómenos psicológicos o sociológicos vinculados con determinado tipo de grupos sociales. Pero no son capaces de ver la existencia tangible, la realidad personal de una deidad que goza y sufre, que nace, vive y muere.
No es diferente la ley que determina que un conjunto de células vivas genere un ser distinto a todas ellas, más elevado y con voluntad propia, a la ley que determina el nacimiento de un dios.

Padre Dios no es el resultado de una unión entre los hombres, sino que el hecho de que los hombres se unan en la Iglesia es iniciativa del Padre.
Todo hombre verdaderamente llamado por Dios sabe de una manera absolutamente inequívoca que su pertenencia al cuerpo místico de Cristo no es una elección suya, sino que ha sido una elección de Dios.
Los dioses del mundo son el resultado del intento del mundo por encontrar la plenitud celestial. Pero la Iglesia de Cristo es el resultado de la misericordia divina: Dios baja del Cielo para recogernos y llevarnos con Él.

10 - c

Dios no me habla cuando estoy en plena comunión con Él: porque entonces todo es Paz y Luz. Cualquier articulación de lo limitado rompería la manifestación de la absoluta unidad.
Dios tampoco me hablaba cuando yo estaba absolutamente alejado de Él: porque entonces yo no tenía ojos para ver ni oídos para oír.
Dios me habla cuando, estando con Él, me quedo atrás o me adelanto, cuando no hay verdadera sincronía entre nosotros. Sólo entonces Él enciende en mi interior una Luz de Verdad que es su palabra para mí en esa circunstancia.
Todo lo que yo escribo es, en definitiva, el relato de mi alejamiento y reconciliación con Dios. Todo son vivencias, nada es razón pura, nada es conocimiento añadido o acumulación de datos.