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Dios humilla la opresión y salva la humildad (1)

Salmo 009

Te doy gracias, Padre, de todo corazón, cantaré todas tus maravillas;
quiero alegrarme y exultar en ti, salmodiar a tu nombre, Altísimo.
Mis enemigos retroceden, flaquean, se retiran delante de tu rostro; pues Tú has llevado mi juicio y mi sentencia, sentándote en el trono cual juez justo.
Has reprimido la soberbia de las gentes, has erradicado la impiedad, la has arrancado de los corazones de los hombres para siempre jamás; acabado el enemigo, jamás podrá resurgir, has suprimido su escondrijo en las ciudades, has perdido su recuerdo. He aquí que el Cristo se sienta para siempre, afianza para el juicio su trono; Él juzga al orbe con justicia, a los pueblos con rectitud.
¡Sea el Reino ciudadela para el oprimido, ciudadela en los tiempos de angustia!
Y en ti confíen los que saben tu nombre, pues Tú, Padre, no abandonas a los que te buscan.

Salmodiad al Señor, que se abaja a la tierra, publicad por los pueblos sus hazañas; que Él tiene en cuenta la sangre de sus hijos, y de ellos se acuerda, no olvida el grito de los desdichados. Tenme piedad, Padre, ve mi aflicción, Tú que me recobras de las puertas de la muerte, para que yo cuente todas tus alabanzas a las puertas de la nueva Jerusalem, gozoso de tu salvación.
Se hundió el mal en la fosa que hizo, en la red que ocultó, su pie quedó prendido.
El Padre se ha dado a conocer a través del Hijo, ha hecho justicia, la impiedad se ha enredado en su propia la obra.
¡Húndase la impiedad en el foso de la muerte, para que todos los hombres vean el poder del Amor y a Él se entreguen!
Que no queda olvidado el pobre eternamente, no se pierde por siempre la esperanza de los desdichados. ¡Levántate, Padre, no triunfe la soberbia humana, sean juzgados los opresores delante de tu rostro! Infunde Tú, Padre, en ellos el terror, y aprendan así los opresores que no son más que hombres, y entonces abran los ojos, y puedan verte y volverse hacia ti.

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