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Te Deum real

Salmo 018

Yo te amo, Padre, mi fortaleza, mi salvador, que de la violencia me has salvado.
Padre, mi roca y mi baluarte, mi liberador, mi Dios; la peña en que me amparo, mi escudo y fuerza de mi salvación, mi ciudadela y mi refugio.
Invoco a mi Padre, que es digno de alabanza, y quedo a salvo de mis enemigos.
Las olas de la muerte me envolvían, me espantaban las recriminaciones del acusador, el vacío y la angustia me rodeaban, me aguardaban los cepos de la Muerte.
Clamé a mi Padre en mi angustia, a mi Dios invoqué; y escuchó mi voz desde mi Templo, resonó mi llamada en sus oídos.

Pensé que le conocía, imaginaba a un Dios prepotente. Yo esperaba que la tierra fuese sacudida y vacilara, que retemblaran las bases de los montes; que una humareda subiera y de su boca un fuego que abrasara. Porque en verdad no le conocía.
Él sin embargo inclinó los cielos y bajó mansamente, sin llamar la atención; no hizo ostentación de su Poder, sino que emprendió el vuelo, sobre las alas de los vientos planeó.
Se puso como tienda un cerco de sombras para que no se le reconociera; un cerco de sombras que sólo traslucía su Luz ante los pequeños, los humildes, los mansos.

El trueno del Padre es silencioso, la voz del Altísimo es dulce y amable; sus saetas: el Amor. Los que buscan la violencia se envalentonan. Cuando siembran destrucción y alcanzan el poder sobre los pueblos piensan que Dios está con ellos.
Pero ese dios que les permite sojuzgar, destruir y encaramarse al poder mundano no es el Dios de la Vida.
Cuando han llegado a la cima, su dios prepotente les abandona, se vuelve contra ellos, les acusa sin compasión, y ellos se ven caer sin lugar a donde asirse.
Así es como el Amor y la mansedumbre triunfan, así es como el Padre hace justicia. Nada destruye, la violencia siempre termina destruyéndose a sí misma.
El fondo del mar quedó a la vista, los cimientos del orbe aparecieron, y los violentos comenzaron a temblar. Sin hacer Tú ostentación de tu Poder, ellos mismos lo hicieron manifiesto. Intentando alejarte y encubrirte hicieron resplandecer tu gloria.

Él extiende su mano de lo alto para asirme, para sacarme de las profundas aguas; me invita a la quietud y al silencio, y así me libera del enemigo poderoso, de mis adversarios, que son más fuertes que yo.
Me aguardaban el día de mi ruina, mas mi Padre fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me salvó porque me amaba.
Mi Padre no me recompensa conforme a mi justicia, ni me paga conforme a la pureza de mis manos, pues si así lo hiciera, no habría salvación para mí. Sólo mira el anhelo de mi corazón, observa dónde pongo mi mirada.
Torpemente he intentado guardar los caminos del Padre, pero Él no tiene en cuenta mi torpeza; he procurado no hacer el mal lejos de mi Dios, y aun habiéndolo hecho, Él sólo se fija en mi intención.

Tengo ante mí todos sus juicios, y sus preceptos no aparto de mi lado; y a pesar de todo he fallado, no he sido irreprochable, y de incurrir en culpa no me he guardado.
Pero mi Padre no me devuelve según mi justicia, ni según la pureza de mis manos, pues entonces yo jamás podría resultar absuelto.
Con el que anhela la piedad eres piadoso, intachable con el hombre que no cesa de examinarse a sí mismo reconociendo sus errores; con el que ama la pureza eres puro, pero con el ladino te vuelves reservado; Tú sólo te haces presente al pueblo humilde, y te escondes ante los ojos altaneros.
Tú eres, Padre, mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas; con tu ayuda las hordas acometo, con mi Dios escalo la muralla.
Dios es perfecto en sus caminos, la palabra del Padre acrisolada. Él es el escudo de cuantos a él se acogen.
Pues ¿quién es Dios fuera del Amor? ¿Quién Roca, sino sólo nuestro Dios?
El Dios que me ciñe de fuerza, y hace mi camino irreprochable, que hace mis pies como de ciervas, y en las alturas me sostiene en pie, el que mis manos para el combate adiestra y mis brazos para tensar arco de bronce, y lanzar las flechas de la Verdad.

Tú me das tu escudo salvador, tu cuidado me exalta, mis pasos ensanchas ante mí, no se tuercen mis tobillos.
No persigo a mis enemigos ni intento darles caza; si consiguen prenderme, les dejo que me avasallen; no los quebranto, ellos se levantan altaneros y yo guardo silencio; y sin embargo siempre sucumben debajo de mis pies.
Para el combate de fuerza me ciñes, doblegas bajo mí a mis agresores, a mis enemigos haces dar la espalda; los que me odian se exasperan.
Claman, mas no a ti, Padre, y por eso Tú no les respondes. No te conocen, ignoran que el Poder está en el Amor y la mansedumbre; y prefieren venderse a su dios altanero y prepotente, y a ése le ponen tu nombre.
Si veo caer a mis enemigos, yo no los machaco como polvo al viento, ni como al barro de las calles los piso. Al contrario, me pongo de tu lado y de ti aprendo. Pues si no soy capaz de amar a mi enemigo, es que aun no te he encontrado.

De las querellas de mi pueblo tú me libras, me pones a la cabeza de las gentes; pueblos que no conocía me sirven; los hijos de extranjeros me adulan, son todo oídos, me obedecen, los hijos de extranjeros desmayan, y dejan temblando sus refugios.
¡Viva el Cristo, bendita sea mi roca, el Dios de mi salvación sea ensalzado, el Dios que no conoce la venganza, que nada destruye sino que todo lo hace renacer, a todo le devuelve la inocencia!
Tú me libras de mis enemigos, me exaltas sobre mis agresores, del hombre violento me salvas.
Por eso he de alabarte entre los pueblos, a tu nombre, Padre, salmodiaré.
Él hace grandes las victorias de su Rey y muestra su Amor a su Ungido, al Cristo, y a sus hermanos para siempre.

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