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súplica en la desgracia

Salmo 038

Padre, corrígeme en mis errores, castígame en mi obstinación, ¡pero no me abandones!
Yo mismo me he alejado de ti por mis caprichos, a nadie culpo ni busco justificaciones.
No me da miedo tu juicio, Padre bueno, sino tu lejanía, porque yo ya no puedo vivir lejos de ti. Ahora siento la terrible sequedad de tu ausencia: nada intacto en mi carne, nada sano en mis huesos.
El acusador, al verme lejos de tu protección, se ha ensañado conmigo. Me dice: «Tus culpas sobrepasan tu cabeza, como un peso harto grave para ti; tus llagas son hedor y putridez, debido a tu locura; encorvado, abatido totalmente, sombrío andarás todo el día.»

Nada puedo contra el acusador lejos de ti, Padre.
Están mis lomos túmidos de fiebre, nada hay sano ya en mi carne; entumecido, molido totalmente, me hace rugir la convulsión del corazón.
Señor, todo mi anhelo ante tus ojos, mi gemido no se te oculta a ti. Me traquetea el corazón, las fuerzas me abandonan, y la luz misma de mis ojos me falta.
Mis amigos y compañeros se apartan de mi llaga, mis allegados a distancia se quedan; y tienden lazos los que buscan mi alma, los que traman mi mal hablan de ruina, y todo el día andan urdiendo fraudes.

Mas yo como un sordo soy, no oigo, como un mudo que no abre la boca; sí, soy como un hombre que no oye, ni tiene réplica en sus labios.
Que en ti, Padre, yo espero, tú responderás, Señor, Dios mío. He dicho: «¡No se rían de mí, no me dominen cuando mi pie resbale!».
Y ahora ya estoy a punto de caída, mi tormento sin cesar está ante mí. Sí, mi culpa confieso, acongojado estoy por mi pecado.

Aumentan mis enemigos sin razón, muchos son los que sin causa me odian, los que me devuelven mal por bien y me acusan cuando yo el bien busco.
¡No me abandones, tú, Padre, Dios mío, no estés lejos de mí! ¡Date prisa a auxiliarme, oh Señor, mi salvación!

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