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Escuchadme hombres y mujeres, escuchadme todos, que voy a hablar con sabiduría. Escuchadme, todos sin excepción: ricos y pobres, sabios e ignorantes, que mis palabras van dirigidas a todos los seres humanos sin distinción.
¿A qué voy a estarme preparando anticipadamente contra al mal que no conozco? ¿Puedo ser tan previsor como para taponar todas las grietas de mi vida y no dejar entrar a la muerte?
Miramos a los ricos, que viven bien protegidos, que tienen a su alcance todos los remedios que existen en el mundo, y los vemos morir igual que a los pobres, y muchas veces en peores circunstancias.
¡No hay mejor manera de morir que con la conciencia limpia y las manos llenas de entrega y misericordia!
El que se introduce en el falso mundo de la comodidad y las riquezas, se vuelve ciego y ya no puede ver otra cosa que materia, ni puede comprender otra verdad que la que su razón le muestre. El tiempo es su enemigo porque le quita la vida, y lucha contra él hasta que resulta vencido.
Los hombres que viven aferrados a las cosas visibles y tangibles y ponen en ellas su corazón, a ellas le entregarán su vida. La fosa, visible y tangible, será su residencia definitiva. En lo inerte pusieron su corazón, y lo inerte les reclama para siempre.
Lo único que distingue al hombre de los animales es su capacidad para amar sin límites. Pero el hombre que no busca el Amor por encima de sí mismo, ¿cómo puede esperar mejor suerte que cualquier bestia del campo?
Incluso las bestias del campo Dios las protege, porque no pueden ser más de lo que son, mas el hombre que pudiendo amar no ama, que pudiendo dar acapara, que pudiendo sembrar paz siembra violencia, ¿a dónde se va a agarrar cuando lo profundo de la muerte se le muestre ante sus ojos? Sólo le quedará una esperanza: Soñar con la inexistencia, soñar con el retorno a la nada.
Así, donde ya no hay Luz ni puede haberla, se aglomeran hombres ricos y opulentos. La conciencia sucia y las manos vacías. Peores que bestias mudas.
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