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Tenme piedad, oh Dios, según tu Amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame.
Pues yo reconozco mi traición, no la escondo para que no me humille, sino que la pongo delante de mis ojos, delante de tus ojos: Tú recoges mi pecado y limpias mi alma por completo, pues así es como resplandece tu Justicia, así es como el Juicio alcanza la sublime santidad en la misericordia.
Ser humano me concebiste, capaz de hacer el mal, débil para dejarme engañar. Ahora no me pides que sea lo que no soy, sino que reconozca el Bien y la Verdad a través del mal que soy capaz de hacer y del engaño que en mi debilidad me ciega. El Bien y la Verdad deseo, Padre, ahora rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Que de mi corazón brote el entusiasmo, la alegría pura, sencilla y plena de saberme inmensamente amado. Que mi alma diga sin cesar: “Mi Padre no se acuerda de mis errores, sólo se regocija en mi alegría.”
Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva; no te quedes indiferente cuando hago el mal, sino pon mi pecado ante mis ojos, no retires de mí tu Santo Espíritu.
Vuélveme la alegría de tu salvación, y en espíritu generoso afiánzame. Déjame dar un testimonio verdadero con mi propia vida; que mis palabras estén siempre apoyadas en mi propio ser.
Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia; abre, Señor, mis labios, y publicará mi boca tu alabanza.
Pues no te agrada el sacrificio, si ofrezco un holocausto no lo aceptas. El sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias.
¡Ensanchemos aun más entre todos las estancias de la nueva Jerusalem! Allí todo alcanza tu beneplácito, Padre, porque allí todo brota de ti. Allí somos libres pues la Verdad nos ha impregnado: «hijos legítimos de Dios, ¿quién nos habría de juzgar?»
Y la Verdad es el Amor, y el Amor eres Tú, Señor.
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