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enemigo sutil y oportunista

Salmo 059

¡Líbrame de mi enemigo, Dios mío, de mi agresor protégeme; líbrame del agente de la decadencia, que la semilla del desánimo no germine en mí! Mira que el mal espera mi desencanto para apresurarse a ofrecerme sus deslumbrantes regalos. Sólo una cosa de mí le molesta: Mi perseverancia en la fe.
Despiértate, ven a mi encuentro y mira, Tú, Padre mío, álzate y dame un signo de tu presencia en mí cuando la materialidad se me muestre sólida e inexpugnable.

En el mundo los hombres se apresuran a consumar sus planes, se pelean, compiten, se roban unos a otros, se desacreditan y luego se reconcilian por intereses. Cuando han conseguido sus objetivos, ya están ahítos y otra vez buscan alturas por las que trepar, porque no pueden estar dentro de ellos mismos, porque dentro de ellos mismos no hay nada.
Tú Padre los observas y te entristeces. Los llamas con signos de Amor, también los dejas en libertad, para que conozcan el vacío de sus afanes.

Padre mío, que los que una vez te encontraron no te olviden jamás; que el brillo de las luces del mundo no pueda nunca nublar la blancura de tu Luz a los ojos de tus hijos.
Que los afanes del mundo y sus deslumbrantes obsequios no puedan jamás llegar a cautivar ni a uno solo de aquellos que te hemos conocido. Que los que hemos saboreado el manjar del Cielo ya no estemos dispuestos a cambiarlo por ningún otro.

En el mundo los hombres se apresuran a consumar sus planes; son capaces de aplastar a los débiles si se les interponen; son capaces de jurar la mentira si la verdad se les opone; son capaces de vender la alegría si con ello consiguieran la victoria.
Y, ¡triste victoria la de ellos! Un instante de euforia, mil años de hastío y asco.
Permítenos, Padre, dar un testimonio verdadero ante todos aquellos ávidos de ti aun sin saberlo. Juntos aclamaremos tu Amor, pues para nosotros has sido una fortaleza de Paz y alegría. Una fortaleza sin muros, edificada sobre el viento, ¿quién podrá derribarla?

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