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el Rey prometido

Salmo 072

Padre, has concedido al Rey toda autoridad sobre la tierra, para que los humildes vean tu gloria y sepan que su esperanza no fue en vano, para que los oprimidos vean caer a sus opresores, los mansos puedan triunfar sobre los violentos, y así la Justicia ya no pueda ser nunca más impunemente agredida. Ahora se ha establecido la salud y el poderío de nuestro Dios: el Amor.
Nosotros, los testigos, podemos proclamar a gritos el santo Nombre del Altísimo, el Amor, porque el Rey ha tomado el poder y ha comenzado a reinar.
Los que se le oponen no consiguen sino hacer más evidente su gloria. Los que de Él se burlan y se alejan, muy pronto agotan sus reservas de alegría, porque ya no hay sobre la tierra apoyo del Padre a ningún otro rey que no sea al Ungido, desde su muerte y resurrección, y hasta que el ciclo de la vida sobre la tierra se cierre por completo. Y aun más allá: Hasta que toda la creación sea devuelta al Padre, origen y final de todo lo que existe.

Los poderosos reyes de la tierra conceden a sus súbditos más fieles títulos y tierras, dominios y siervos.
A nosotros sus fieles, nuestro Rey nos pone al servicio de los demás, y sólo nos promete una tierra: La nueva Jesuralem.
No nos permite oprimir a nadie, ni tomar a otro ser humano como esclavo. No nos permite acumular riquezas. No nos permite encerrarnos en nosotros mismos. Nuestro Rey mira al débil y al pobre, y les reserva un lugar privilegiado en la nueva Jerusalem.
Ese Rey de súbditos débiles e insignificantes, sin ejército, sin riquezas, sin poder sobre los hombres, ese Rey se elevará por sobre todos los reinados de la tierra. No habrá poder que no se le someta, porque Él toma su fuerza del manantial que no se consume, del manantial de donde brota toda vida, toda alegría, todo candor: el manantial del Amor, el único que nunca se secará.
¡Bendito sea el Amor, el único Dios que hace maravillas! ¡Bendito sea su Nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! ¡Amén! ¡Amén

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