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la dignidad del ser humano

Salmo 079

¡Padre nuestro!, ese espacio interior donde cada hombre se encuentra contigo, donde se realiza la confrontación de cada ser humano consigo mismo, ese espacio ha desaparecido. O quizá aun peor, ese espacio, ese Templo ha sido profanado.
En su lugar, ansia de inconsciencia, para erradicar todo sentimiento de culpa. El hombre se disfraza de inconsciencia y pretende engañarse a sí mismo para vivir todos sus caprichos sin ningún remordimiento.
El ser humano, que puede llevar en sí la máxima dignidad sobre la tierra, se revuelca como los cerdos en la inmundicia.
Se parapeta detrás de la carcajada, detrás del velo del humor disimula su sonrojo. Se justifica con hábiles silogismos lógicos.
Los placeres más elevados ya no satisfacen. Como una droga, el ansia de placer lo va llevando y rebajando hasta los placeres más execrables. Pero luego camina ufano, con la cabeza bien alta, alardeando de sus logros científicos y artísticos, y venerándose a sí mismo precisamente cuando ya no es digno de ello, cuando ha echado por tierra toda su dignidad, la que le fue regalada desde lo alto.

Pero nosotros debemos mantener en pie la dignidad del hombre. El hombre no vale por lo que hace, sino que vale por sí mismo. Lo humano tiene un valor que nosotros hemos de enaltecer.
¿Por qué han de decir las gentes: “Dónde está tu Dios”? ¡Que entre las gentes se conozca la dignidad que ostentamos, que no es orgullo postizo, sino presencia real de nuestro Dios en nosotros!
El Amor es digno, es independiente. Se entrega pero no se somete. Todo lo escucha, todo lo observa, pero no asume criterios de otros, sino que siempre abre su conciencia y busca en ella la verdadera autenticidad, la que le confiere su máxima dignidad.
¡Padre nuestro!, hazte presente en cada uno de nosotros y enciende tu Luz en nuestro interior. Que el Templo de nuestra conciencia esté siempre limpio, que no haya rincones oscuros.
¿Quién es nuestro Dios? Su Nombre es Amor, y Él hace posible que, siendo todos independientes, sin embargo brillemos con una misma Luz: Su Luz. Somos diferentes, pero hemos renacido de un mismo Espíritu.

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