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canto de peregrinación

Salmo 084

En esos momentos de descanso en los que entro en el Reino y me siento junto a ti, Padre, alcanzo la visión más serena que todo hombre pueda imaginar. La ternura me envuelve y tu Bondad, Padre, aparece en el brillo de todas las cosas. Todos los sentimientos puros de la naturaleza tienen un eco muy profundo en mi corazón.
Ciertamente no ha ocurrido nada aparatoso, no ha descendido del Cielo un carro de fuego que me haya trasladado a ningún sitio extraordinario. Al contrario, en la sencillez más sencilla, en lo más natural de la naturaleza, allí está escondido tu Reino: tan al alcance de todos, que nadie lo ve.

Dichosos nosotros, que hemos encontrado tu Reino, y hemos entrado y hemos hecho nuestra morada en él.
El Reino de los Cielos no es un Reino de pasividad, donde los hombres se dedican a sentir el deleite de tu presencia y se separan del resto de la humanidad. El Reino de los Cielos es un Reino de solidaridad, que no retiene a los hombres en una actitud contemplativa e inerte, sino que los lanza al mundo para impregnarlo todo de la Luz divina.
La Paz, la solidaridad, el perdón. La única Paz divina y duradera es la que se alcanza en medio de la guerra.

Deshaciendo mi vida en el mundo, desperdiciándola en atender a los que me rodean, así encuentro siempre abiertas las puertas de mi casa, junto a mi Padre celestial.
Soy hombre como cualquier otro, no hago cosas distintas ni me pongo ningún disfraz. Mis sentimientos, mis actitudes, las muestro tal cual son. Porque ese Reino no es para los que han conseguido ser de una manera concreta, sino para aquellos que son exactamente lo que son. Y el único hombre capaz de ser exactamente él mismo, es el que de verdad se ha encontrado con el Amor de Dios.

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