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el imperio de la venganza

Salmo 094

El dios de las venganzas, el falso dios, aparece formidable entre las gentes.
Sus adoradores le gritan: “¡Levántate y da su merecido a nuestros enemigos!
¿Hasta cuándo habremos de soportar los reproches de los insignificantes?
Cacarean, dicen insolencias, se permiten llamar asesinos a nuestros dirigentes.
A nuestro imperio, edificado con tu poder, presagian la destrucción.
Por eso entramos en su territorio y matamos al niño y a la viuda.”

El jefe de los adoradores del dios de las venganzas se levanta y grita:
“Os conozco, conozco vuestras intrigas, ¿aun pensáis en poneros a salvo?
Estáis justo debajo de la suela de mi zapato. Sólo me basta con apoyar el pie...”
Y el pueblo se levanta entusiasmado y vitorea a sus jefes año tras año.
Sedientos de sangre se regocijan entusiasmados ante la palabra ‘guerra’.
“¿A qué pueblo miserable hay que aplastar ahora? ¡Estamos dispuestos!”

Ellos incluso pretenden adorar al mismo Dios que nosotros adoramos...,
¡dejémosles, que no saben lo que hacen! No llevemos cuenta de sus delitos.
Lejos está nuestro Dios, el Amor, de cualquier forma de venganza,
lejos de aplastar al miserable, lejos de favorecer a unos contra otros.
Padre Dios es nuestro refugio, no cabe desesperación alguna entre nosotros.
Ese imperio mezquino caerá con el tiempo: Nuestro Dios no lo impedirá.

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