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todo saldrá a la Luz

Salmo 139

Padre mío, Tú me observas y me conoces; sabes cuándo me siento y cuándo me levanto, lees todos mis pensamientos; si estoy recostado en el mundo Tú me haces sentir inquieto, si estoy avanzando en el Camino Tú me empujas y me abres todas las puertas.
Incluso en los peligros que se esconden dentro de mí, Tú ya has preparado asideros a los que agarrarme cuando me sienta perdido, lejos de tu presencia. Me abarcas, todo mi ser te pertenece. Ingenuo de mí si pienso que algo puedo hacer a tus espaldas.
No existe escondrijo donde tu mirada no alcance: Ni en la lógica más coherente, ni en la acción más insospechada.
Aunque de ti renegara y huyera hasta lo más perdido de esta tierra, donde la oscuridad sea tan espesa que pareciera envuelto en la nada, Tú me seguirías con tu mirada y con tu Amor siempre me esperarías.
Desde antes de nacer, Tú ya conocías los peligros a los que habría de enfrentarme. Mi cuerpo y mi alma, hasta en el último detalle, cada cosa de mí te preocupa, y continuamente soplas con tu aliento para que mi ser no se corrompa ni se deshaga.
Pierdo el tiempo maquinando y justificando excepciones al Principio de tu Justicia. Ninguna culpa podré sacar fuera de mí ni arrojarla de mi ser si no es en la conciencia de tu presencia y confiando en tu misericordia.
Cuando pretendo haberte comprendido, Tú abres ante mí un nuevo interrogante. Si he creído haber podido descifrar todos tus proyectos, Tú enciendes una Luz que desbarata todas mis sólidas conclusiones.
Es inútil pretender abarcarte, sólo puedo dejarme abarcar por tu misericordia y entregarme enteramente a tu providencia para que mi ‘yo’ y tu ‘Yo’ dejen de ser cosas distintas.
Si al injusto, Padre mío, si a los hombres sanguinarios apartaras de mí, ¿qué razón de ser la mía lejos de la totalidad de tu Ser? El injusto y el sanguinario te preocupan, a ellos buscas y cuentas conmigo para dar testimonio de Paz y de solidaridad.
No hay en ti ni asomo de odio, no hay desprecio por nada ni por nadie. Todo es tuyo y todo debe encontrar en ti la razón original de su existencia.
Examíname, Padre, y permíteme ver de mí lo que Tú ves, para que cada vez sea menos lo que nos separe. Obséquiame con la vergüenza, dame esa Luz que me permita observar mi insignificancia. Entonces tu Luz, a través de mí, llegará hasta los injustos y sanguinarios.

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