anterior

índice

siguiente

capítulo 7 (comentario)

texto: capítulo 7

A veces creemos ingenuamente que decimos algo más importante o algo más novedoso sólo por cambiar las palabras. Pero otras veces, cuando las palabras están ya desgastadas y han perdido su fuerza comunicativa, es bueno reemplazarlas. Para hacer comprender lo que el ser humano, a fuerza de escuchar, ya no comprende, no es malo dejar aparte los términos religiosos y emplear otros.

Cada ser humano es un conducto que media entre el Pozo universal del Agua de la Vida, de donde procede todo lo creado, y el mundo exterior. El Agua debe fluir, de dentro hacia afuera, sin mayor interrupción. Si el hombre agota el Agua en sí mismo, esto es, si gasta su propia vida en el placer egoísta, o si el hombre deja de beber del Pozo y se funde en el placer que viene de afuera, entonces el conducto queda obstruido.

Recrearse un ser humano en sí mismo es anudar su propio ser. La recreación es la actitud cíclica, la que hace girar el movimiento en busca de la quietud, y la quietud es la muerte: No sólo mata al hombre, sino también contagia todo lo que le rodea. Un símbolo sugerente de esta realidad está en la imagen de Luzbel: Si la belleza, que es estática, pierde su medida y paraliza al propio ser, entonces surge el Mal.

Cuando un conducto no sirve, se desecha y se reemplaza por otro. Esta es reacción natural del cosmos. Esta reacción no debe ser entendida como un castigo, sino que está basada en un simple principio de eficacia. El cosmos necesita ser regado continuamente con el Agua de la Vida. No se pueden permitir interrupciones que provoquen agonía en ningún sitio, pues el cosmos es un organismo sin fisuras.

La muerte del espíritu tiene su semilla en la quietud, y el origen de la quietud es la autosatisfacción del ser humano. La única riqueza que el hombre puede almacenar sin miedo a perderla es el Amor derramado con su vida en su paso por la tierra. Todo lo material se pierde, de todo seremos despojados, pero el Amor que hemos dado, eso queda como un tesoro eterno, sello de nuestro ser, propiedad indiscutible.

texto: capítulo 7

anterior

índice

siguiente