KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

EL PECADO ORIGINAL

      E

capítulo 01


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  En la naturaleza, las cosas no tienen conciencia del "yo". El "yo" sólo le pertenece a Dios, por eso los astros, las plantas, los animales, todo obedece a la voluntad divina y crece y se desarrolla en estado de candor. No puede haber rebeldía porque tampoco hay libertad. Y esto porque nada se mira a sí mismo, sino que cada cosa es expresión de la mirada de Dios.

Cuando Dios crea al hombre, lo hace a imagen y semejanza suya. El hombre puede mirarse a sí mismo, y toma conciencia del "yo".
El hombre observa, y se ve a sí mismo observando, actúa y se ve a sí mismo actuando. Y a su vez puede observar la observación de sus actos. Esta capacidad de desdoblamiento no tiene límites.
Por eso decimos que Dios le confirió al hombre la libertad.

Esta capacidad, regalo de Dios, el hombre puede ponerla al servicio del Creador, o puede apropiársela para su propia conveniencia.
Observa su propia conciencia, y se da cuenta de que puede, en esta observación, obedecer al impulso natural desde la pureza de su interior, o puede optar por hacer uso de esta capacidad de desdoblamiento para conseguir sus objetivos alejándose del candor con el que fue creado.

La imagen del diálogo entre la serpiente y Eva es muy expresiva.
La serpiente le dice a Eva: "Conoceréis y bien y el mal, y seréis como dioses". Es decir, que se le invitaba a manipular la verdad de su conciencia arrancando a Dios del corazón, y situar la moral en su intelecto. De esta manera ya no estaría sometido a una conciencia interior que escapaba a su control, sino que sería capaz de construir sus propios conceptos de lo bueno y de lo malo. Ya no habría de someterse a nadie, sería absolutamente libre: como los dioses.

Esta capacidad de desdoblamiento es como dos espejos enfrentados.
Un hombre se humilla ante una situación, se observa a sí mismo y dice: ¡Qué humilde soy! Y se llena de orgullo de sí mismo. Observa que su humildad le aporta beneficios y ahora, ya no se humilla para obedecer la verdad de su corazón, sino para obtener los beneficios que le aporta la propia humildad.
Entonces vuelve a tomar conciencia de la situación y reconoce: ¡Soy un soberbio!
Cuando ha dicho esto siente un paz inmensa, y entonces, observando una vez más su propia realidad, concluye: ¡Soy humilde, porque he observado mi soberbia!
Y se cierra el ciclo una y otra vez. Como dos espejos enfrentados.

Aquí el ser humano pierde el candor con el que fue creado: Éste es el pecado original.
Pero este pecado original no es una culpa por la que el hombre tenga que rendirle cuentas a Dios, sino que es más bien la expresión de su propia libertad: Es la capacidad para hacer el mal.
 

La libertad lleva consigo implícita la pérdida del candor, y entonces el hombre es expulsado del paraíso terrenal. Parece una maldición.
El paraíso terrenal puede parecer una imagen muy bella, muy deseable, pero en realidad es lo todo lo contrario.
Si el hombre no es expulsado del paraíso terrenal, su casa sería eternamente la tierra. Como es el caso de los astros, los vegetales y los animales. No es posible la trascendencia a una realidad superior.

La providencia divina está muy por encima de todo lo que nosotros podamos llegar a entender.
Primero Dios expulsa al hombre del paraíso terrenal y le retiene fuera durante mucho tiempo sufriendo y ansiando un lugar, una casa donde cobijarse. Y cuando llega el momento, Dios llama a Abraham y le impulsa a buscar, le enseña lo que es la fe, y levanta todo un pueblo con esta misma inquietud: "Estamos buscando nuestra casa, nuestra tierra, que mana leche y miel, porque Dios nos lo ha prometido".

Cuando esta esperanza ha alcanzado su madurez, Dios manda a su Hijo para dar la buena noticia: "Existe un Reino que es infinitamente más pleno que el paraíso terrenal que vuestros primeros padres perdieron."
No se trata de que Cristo viniera a perdonar un pecado voluntario de unos patriarcas para que podamos nosotros descargarnos de esa culpa.
Se trata de un plan maravilloso mediante el cual el hombre es sacado del mundo, y llevado a habitar en la casa que verdaderamente la había sido destinada. La casa de Dios, en la presencia de Dios: El Reino de los Cielos.


Dios le muestra al hombre el pecado que existe dentro de él, pero no lo hace para culparlo ni para destruirlo, sino para animarle a que aborrezca su condición humana. Y le muestra Dios simultáneamente el Reino, esto es, le invita a renunciar a su condición humana para que busque dentro de sí su condición divina. Le fuerza con Amor y con cariño a abandonar el mundo y a ansiar aquello para lo que ha sido creado: Habitar en el Cielo, que es su verdadera morada.

Dios nunca le pedirá a nadie cuentas del pecado original que existe en el interior de cada hombre, porque esto, lejos de ser un obstáculo para la salvación, es precisamente una condición imprescindible para ella.
Forma parte del plan amoroso de Dios para con sus hijos, y Él no se contradice, ni se equivoca, ni hace responsable a los hombres de sus propios designios divinos.

Pero entonces hay que redefinir la palabra "pecado" si no queremos confundir las cosas. Porque podríamos llegar a la conclusión de que el pecado es obra de Dios, y eso no es verdad.
Dios aborrece el pecado. ¿Qué es pues el pecado?
El pecado es la acción deliberada del hombre que se niega a aborrecer el mal que habita dentro de sí. No es culpable el hombre de que el mal habite en su interior, pero sí puede ser culpable de no aborrecerlo.

El pecado es el empecinamiento por parte del hombre de seguir buscando el paraíso terrenal, su negativa a la trascendencia hasta el Reino.
El hombre se empeña en reconstruir su casa dentro del mundo y para ello lucha, con sus propias armas, contra el mal que se lo está impidiendo.
¿Cómo lo hace? Acallando su conciencia.

Todo es en vano. El paraíso terrenal prometido por Marx y el comunismo se ha venido abajo, y lo poco que queda no tardará en caer. El paraíso terrenal que construyen los países poderosos capitalistas despreciando y excluyendo a los países pobres, terminará con una destrucción estrepitosa.
El paraíso terrenal que pretenden construir algunas iglesias y grupos de todo tipo de religiones, acaparando fieles y encerrándolos en templos, leyes, doctrinas, ritos, terminará aun peor.
En el mundo no se conoce a Dios: Es tierra virgen donde sembrar. Pero si en las iglesias y otros ámbitos espirituales, donde ya se ha sembrado, no hay verdadero fruto ¿qué esperanza queda entonces?

Cristo nunca arremetió contra el imperio romano, ni contra las prostitutas ni los endemoniados. Todos son víctimas del pecado original y gozan de la ternura sublime del Padre.
Cristo arremetió contra sacerdotes, escribas y fariseos. Porque si allí se había sembrado la semilla de la Verdad, y esto no había sido suficiente como para que, aborreciendo el pecado de su interior, buscaran la trascendencia, ¿cómo sacar del mundo lo que no quiere salir de él?
El pueblo judío buscaba, y sigue buscando el paraíso terrenal. Y lo peor del caso es que lo hace apoyándose en Dios. Si un hombre, apoyándose en Dios, va contra Dios, ¿qué otro "Dios" podrá salvarle?

Dice el Señor: "Todos los pecados serán perdonados, incluso los pecados contra el Hijo del Hombre".
Ésos que no conocen a Dios, ni la salvación por medio de Jesucristo, y que buscan a ciegas en lo único que conocen ¿quién los condena? Dios no.
Son sus hijos, y no son responsables del pecado original que hay dentro de ellos.
¿Y en cuanto a aquellos que, conociendo a Dios, conociendo la Verdad, se vuelven contra ella?

Yo digo una cosa: El hombre que se encuentra con Dios siente como Dios. Y el hombre que siente como Dios es incapaz de condenar a nadie.
¿Es posible que alguien, conociendo la Verdad, arremeta contra ella? ¿Quién puede discernir y juzgar sin posibilidad de error lo que significa "conocer la Verdad"? ¿Basta que un hombre conozca las escrituras y las haya entendido intelectualmente para que podamos afirmar que este hombre conoce la Verdad? En este ámbito tenebroso yo no me introduciré jamás ni aconsejo a nadie que lo haga.

Dios desea que todos los hombres se salven. Y mi deseo no puede ser otro. De lo que no entiendo no hablo ni pienso, ni saco conclusiones ni someto estas cuestiones a razonamientos lógicos engañosos.
El miedo es beneficioso cuando sirve para alejar al hombre del error y llevarlo hasta la Verdad. Pero el miedo por el miedo, eso no viene de Dios.