KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

¡RECONCILIACIÓN!

      E

capítulo 30


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  “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”.
“Esto no te le ha revelado la carne sino mi Padre celestial.”
Esta proclamación de fe iluminada por el Padre es la Piedra sobre la que está edificada la Iglesia.
La Iglesia se sostiene en la fe en el Cristo, es decir, en el testimonio de Jesús. Dicho de una manera más universal e inteligible para todas las culturas: La piedra sólida y firme que sostiene la asamblea apoyada en la Verdad es la revelación interior que lleva al hombre a la convicción profunda de que el Camino que lleva a la Vida es la muerte por Amor.
Éste es el testimonio de Jesús. Esto es lo que, en esencia, Él nos vino a decir.

Los cimientos están debajo y la edificación encima. Si un constructor sitúa los cimientos de un edificio en la azotea, entonces hay amenaza de derrumbamiento.
Si el poder, que está arriba, pretende ser cimiento de lo que está abajo, toda la edificación se tambalea y, tarde o temprano, se derrumbará.
Pero no tiene sentido esclarecer una situación problemática si al tiempo no se ofrecen soluciones. Existe un camino de purificación, de renovación, de revolución interna que lleva a la conversión: Éste es el camino de la conciliación.

***

Un rey tenía siete hijos. A todos los amaba por igual, y ellos permanecían unidos en la casa de su padre.
Un día el rey tenía asuntos pendientes fuera de aquella región y hubo de ausentarse por algún tiempo. Antes de marchar reunió a sus hijos, y les habló diciendo:
“Ahora debo irme y durante un tiempo os dejaré solos. Pero una cosa os pido: que durante mi ausencia permanezcáis unidos, pase lo que pase, que yo volveré y entonces estaremos nuevamente todos juntos.”
Los abrazó, los besó y se fue.

Después de algún tiempo llegó una mujer a la casa del rey, y viendo a los siete hijos que estaban ellos solos, se les acercó, los besó y exclamó: “¡Hijos míos!”
Ellos no la conocían, pero ella les mostraba tanto cariño, que terminaron por aceptarla y se decían unos a otros: “Nuestra espera hasta el regreso de nuestro padre será más llevadera en la compañía de esta mujer, que se nos muestra como una madre y que hará de esta casa un hogar confortable.”

Un día la mujer, observando la casa del rey, se decidió a hacer algunas reformas para que todo fuera más a su gusto.
Uno de los hijos se levantó y le dijo: “No es así como nuestro padre deseaba que nuestra casa estuviera dispuesta. Mejor dejamos las cosas como están para que, cuando llegue, él reconozca la casa como suya.”
Pero la mujer se enfureció y le gritó: “¿Cómo es eso? ¿De modo que vengo a vuestra casa y los trato como a verdaderos hijos, y así me pagáis? Tú no mereces vivir bajo este techo, así que te irás fuera, donde no hay comida ni agua, y cuando tu padre vuelva le diré que te desherede.”

Los hermanos quedaron consternados, pero no se atrevieron a decir nada. Y luego comentaban entre ellos: “Quizá la actitud de nuestro hermano no fue la más adecuada...”
Pero pasó algún tiempo y la mujer nuevamente se decidió a hacer reformas aun más importantes en la casa del rey.
Y otro de los hijos se levantó y se lo reprochó: “No debemos cambiar demasiado la casa de nuestro padre, el rey, no sea que cuando llegue no la reconozca como suya.”
La mujer se enfureció aun más y le dijo: “Saldrás de esta casa ahora mismo y no te permitiré entrar hasta que no te arrastres a mis pies y me supliques perdón.”
Él miró a sus hermanos, pero todos ellos bajaron la cabeza, así que éste salió de la casa de su padre renegando de la mujer y de sus hermanos.

Pasado el tiempo volvió a ocurrir lo mismo, y otro más de los hermanos fue expulsado, de manera que ya sólo quedaban cuatro viviendo en la casa del rey junto con aquella mujer.
Ellos se lamentaban y decían: “No sabemos si nuestros hermanos actuaron bien o mal, lo cierto es que son sangre de nuestra sangre, hijos del mismo rey, y los echamos mucho de menos, ¡qué felices éramos cuando estábamos los siete juntos!”
Pero mientras sollozaban y se lamentaban apareció de regreso el rey, su padre, que los abrazó y los besó lleno de alegría. Ellos saltaban de gozo, pero repentinamente el rey quedó como paralizado, y luego les preguntó:
“¿No tenía yo siete hijos? ¿Cómo es que ahora sólo cuento cuatro?”
Ellos se quedaron muy turbados, y temerosos le respondieron: “Los otros tres ya no están con nosotros porque esa mujer, que dice ser nuestra madre, hacía muchas reformas en tu casa y, como ellos no estaban de acuerdo, ella los expulsó.”
Pero el rey les respondió: “Yo nunca prohibí que se hicieran reformas en mi casa, ni tampoco fue con esa mujer con quien yo hablé antes de irme, sino con vosotros, con los siete, y os dije bien claro que pasara lo que pasara permanecierais unidos.”

***

No existen excusas ni pretextos válidos para Dios en el camino de la conciliación.
Que las iglesias dejen al pie de los altares sus ofrendas y sacrificios y que vayan a primero conciliarse con sus hermanos. De otro modo no pueden pretender que Dios les escuche y les libre del derrumbamiento.

Cuando un hombre encuentra resistencia, allí también encuentra la posibilidad de cambiar las cosas, porque en la lucha puede ser que la verdad salga a la luz. Cuando un hombre no encuentra resistencia pero encuentra permeabilidad, también es posible hacer algo bueno.
Pero cuando el terreno es fangoso, inerte, ni resistente ni permeable, ahí no cabe hacer ya nada.