KYRIE ELEISON

     

epílogo

   

BUENOS Y MALOS

      E

capítulo 29


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  Dios llamó a Abraham y le colmó de bendiciones. Veinte siglos después, delante de la puerta del Reino de los Cielos se había levantado un templo majestuoso. Sacerdotes, doctores en la ley, fariseos, saduceos, todo un pueblo esperando la llegada del Rey Mesías.
Llegó Jesucristo para abrir las puertas del Reino, para que todo aquel pueblo viera cumplida sus esperanzas.
Conocían a Yahvé, pero no reconocieron a su Hijo... No sólo no querían entrar en el Reino, sino que además no permitían que nadie entrara en él.
Le mataron, pero Dios le resucitó, y el templo de Jerusalem cayó y el pueblo se dispersó. Las puertas del Reino quedaron abiertas.

Han pasado otros veinte siglos. Delante de las puertas del Reino de los Cielos se han levantado nuevos templos, todavía más grandes. Si en tiempos de Jesucristo había sacerdotes y doctores en la ley, ahora hay tantos y de tan distintas tendencias que no se podrían ni enumerar.
Todos están esperando el regreso de Jesucristo, igual que los judíos esperaban al Mesías.
Aquéllos en el nombre de Yahvé, éstos en el nombre de Jesucristo, pero aquéllos y éstos, todos son iguales. Ni entran ni dejan entrar.
Las mismas circunstancias, los mismos errores. ¿Cabe esperar un final diferente?

Cuando el pueblo judío se dispersó, los gentiles, paganos (hoy diríamos “ateos”), tomaron el relevo.
Cuando los apóstoles habían quedado excluidos del resto del pueblo después de la muerte de Jesús, Él se les presentó y les dio autoridad: “Lo que atéis quedará atado, lo que desatéis quedará desatado...” Desautorizó a los “integrados” y autorizó a los excluidos.
 

Doctrinas ortodoxas, leyes y preceptos, ideas y conceptos.
Dos hombres están peleados a causa de la idea de Dios. Baja Dios del Cielo, se hace pasar por un hombre cualquiera, y se sitúa entre ellos. Y les dice: “Reconciliaos”.
Ellos le miran con desprecio: “¿Qué sabrá éste de las cosas de Dios?”
Y le piden que se marche y que no interrumpa, porque las cuestiones que allí se están debatiendo son muy importantes.

Jesucristo dijo que no es posible adorar a Dios y al dinero. Por esos muchos protestantes evangélicos ven el progreso económico como una bendición de Dios.
Jesucristo dijo que el sábado es para el hombre y no el hombre para el sábado. Por eso la iglesia adventista recupera la ley del sábado como algo trascendental. Tanto, que hasta de ello toma su nombre: “la iglesia del séptimo día”.
Jesucristo dijo que Él es el único verdadero Rey, Él es el Camino la Verdad y la Vida, y que nadie va al Padre si no es por Él. Por eso la iglesia católica nombra a María reina y corredentora.
Jesucristo advirtió de la levadura de los fariseos. Por eso desde todas las iglesias se dictan normas en la que se obliga al pueblo a creer en lo que no cree, a pensar lo que realmente no piensa, a sentir lo que no sale de su corazón, a opinar lo que realmente no comparte.
Jesucristo advirtió que en el mundo los reyes someten y tiranizan a sus súbditos, y añadió: “no será así entre vosotros”. Por eso las iglesias amenazan y excluyen a los hombres cuando sus sentimientos e ideas no concuerdan con las leyes que ellos han establecido.


A un hombre que no conoce a Dios le puedes dar la Buena Noticia. Puedes hablar con alegría, con ilusión. Es un terreno virgen del que se puede esperar mucho fruto.
Pero a un hombre que está dedicado profesionalmente a hablar del Amor de Dios ¿qué buena noticia se le puede dar? Si él, que predica el Amor, todavía no lo entiende, ¿qué le puedes decir para que lo descubra?

Dos hombres se pelean y discuten sobre la idea correcta de Dios. Luego dejan sus ideas a un lado y se reconcilian. ¡Lágrimas de emoción!
Pero nos queda una intriga, ¿cuál de los dos tenía finalmente la razón? ¿Con cuál de ellos estaba Dios?:
Ni con el uno ni con el otro. Dios sólo hizo acto de presencia en un hecho: En el hecho mismo de la reconciliación.
Doctores, entendidos en cuestiones divinas, ¿no entienden esto tan sencillo? Entonces es que ya no hay nada que hacer.


En un pasaje bíblico, Dios le pide a Abraham que busque un solo justo, para así salvar a todo un pueblo. Y Abraham no lo encuentra.
A mí Dios me pregunta todo lo contrario: “Señálame un hombre malo”.
Puedo ver comportamientos malos en las personas, pero no puedo ver hombres malos. Y le respondo: “No veo ninguno.”
Pero Él insiste: “Señálame un hombre malo”. Y me fuerza a responder.
Entonces le digo: “yo, Señor”.
Y Él me dice: “Yo te perdono”.
No por eso dejo de ser malo y me convierto en bueno. Pero descubro algo: Dios es bueno.

¿Por qué se tergiversa el mensaje cristiano? ¿Por qué caemos una y otra vez en los mismos errores? No es a causa de los hombres malos, sino de los “buenos”.
Las religiones hacen sentir “buenos” a los hombres. Ésta es la semilla de toda destrucción.
Si un hombre no es capaz de amarse a sí mismo aun reconociendo la maldad que existe dentro de él, entonces es que no se ha encontrado con Dios.
La única maldad que germina y hace daño es la que permanece escondida en el corazón, la mayoría de las veces taponada por procedimientos religiosos.

Ante esto, aparecen los predicadores que acusan a sus hermanos con el dedo levantado para hacerles sentir “malos”. El moralismo. Esto es aun peor. Los hombres sienten en su interior: “Ese Dios que me acusa y me condena, ése no es mi Dios.” Y huyen de las iglesias.
Otros planean detenidamente el hecho de la conversión. Primero hacen bajar a sus fieles hasta su propia maldad, sin acusarlos ni condicionarlos, con la intención de sacarlos luego por el lado opuesto, el de la santidad. Esto es lo que podríamos llamar “conductismo espiritual”.

¿Por qué no le dejamos a Dios hacer su obra? ¿Acaso es que Él no sabe cómo hacerlo?
Testigos del Dios vivo. Hombres que den su vida por los demás. Sólo eso es necesario. Ante esta actitud sincera, imposible sería la división entre las iglesias ni las disputas doctrinales.
Y ahí se manifiesta la santidad en el sentido humano. Un hombre santo no es un hombre que ha alcanzado un estado de “bondad”. Esto sería una usurpación de lo divino.
Santo, en el sentido humano, es el hombre que ha proyectado todo su ser hacia Dios, que le ha ofrecido su vida, y que, por lo tanto, ya no es él mismo, se ha deshecho de sí en su corazón, en su intención, en su impulso espiritual (una lucha que no termina hasta la muerte).
La comunión de los santos no es la reunión de los “buenos”.
La comunión de los santos es la verdadera Iglesia de Cristo, es el Reino de los Cielos. Es la identificación profunda en Jesucristo que existe entre todos aquéllos que están convirtiendo la vida en Vida a través de la muerte por Amor.