KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 2 - capítulo 04


anterior - índice - siguiente

             
  Elevo mis ojos hacia mi Padre, y le inoportuno con mis insistentes oraciones. Me parece observarlo imperturbable, absorto en su plenitud, y yo le suplico una y otra vez que despierte y que me escuche, porque lo que le pido no es injusto. Se me ocurre pensar que Él se sonríe imperceptiblemente ante mis argumentos de justicia y conveniencia para mí, pero que viendo que yo no voy a cejar en mi empeño (porque sé positivamente que Él terminará por escucharme), accede a entrar, por un puro instante, en el tiempo de mi existencia.
Le pido luz, le pido fuerza, le pido incluso que abra las puertas del Cielo por un segundo para que yo pueda asomarme sigiloso y observar lo que hay dentro. Él abre las puertas del Cielo y pone ante mis ojos grandes prodigios, pero yo, ciego, no consigo ver nada y sigo pidiendo y suplicando. Entonces Él acaricia suavemente mi cabeza y yo quedo dormido.
Al despertar me siento fuerte, inquieto por hacer y deshacer, por poseer e imponer. Y peco con la misma fuerza con la que antes me había sentido pleno en mi Señor. Y el pecado me aleja de Él, y esto me produce una tristeza sin límites, una desolación indescriptible. Entonces ya no hace falta que yo le importune ni le insista: Él, por propia iniciativa y movido por su infinito Amor, alarga su mano y me acerca otra vez a su lado. Y cuando yo, avergonzado, empequeñecido, humillado, apenas me atrevo a acceder al ofrecimiento de su compañía, entonces es cuando me abre los ojos y me permite ver su Luz.