|
Le pedí a mi Padre, por medio de su Hijo Jesucristo, que me bendijera, que me acercara a su Reino un poco más, que me limpiara de mis pecados, que no me dejara caer en la tentación y que me librara del mal.
Entonces apareció una puerta estrecha ante mí.
Yo le dije: “¿Cómo es que me has abandonado, si te he estado suplicando día y noche?”
Él respondió: “¿Abandonarte? ¡Nunca! Estoy permitiendo que tu fe haga realidad las oraciones que has elevado hasta mí.”
|
|