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Las cosas del mundo se construyen por acumulación. Un edificio se levanta piedra sobre piedra, por eso el tiempo tiene tanto valor.
Pero el Reino de Dios no se levanta por acumulación sino todo lo contrario: se manifiesta en la purificación. El Reino ya existe en la eternidad, el tiempo no es importante. Es importante en su dimensión terrenal, pero el cielo y la tierra pasarán, y el Reino romperá la esclavitud del tiempo y de la muerte.
El cura hizo en su homilía un paralelismo entre esta parábola y la del
hijo pródigo. El que llegó en último lugar a la casa del Padre recibió regalos que nunca había recibido el hijo fiel: Los últimos serán los primeros.
El que se arrastra por la miseria de las pasiones y eleva un grito de ayuda al Cielo es más importante para Dios que aquél otro que nunca se ha desviado. La oveja perdida impulsa al Cristo a dejar las noventa y nueve y correr en su búsqueda.
“Mis caminos no son vuestros caminos...”
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