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La materia es muy resistente cuando se opone a la propia materia, es un enemigo poderoso cuando se lucha contra ella con las armas de la razón. Pero la fortificación material más poderosa no es más que un castillo de arena mojada cuando se enfrenta a la fuerza del espíritu. Los hombres que, observando las situaciones materiales, se dejan abatir,
ésos son hombres sin espíritu.
Pero si el espíritu admite contradicciones entonces pierde toda su fuerza.
La duda mata el espíritu, porque la duda divide al ser humano y lo pone a luchar contra sí mismo. ¿Cómo puede tener fuerzas para derribar un obstáculo exterior aquél que está librando una guerra en su interior? La razón admite los relativismos, pero el espíritu sólo actúa eficazmente en la unidad perfecta de sí mismo.
Aquél que se lanza a una batalla, pero deja abierta a sus espaldas una puerta para la retirada, ése ya ha firmado su derrota. La fuerza del espíritu no está en las ideas, sino en el propio ser. Y lanzar el ser a la lucha es arriesgarlo todo.
El que no se entrega y no arriesga, ése está más preocupado en protegerse a sí mismo que en derribar el obstáculo que se le opone. Antes de la batalla, ya ha sido derrotado.
El espíritu sólo alcanza el éxito en la batalla cuando persigue un ideal que se sustenta en la conciencia profunda de la verdad. Un solo doblez que exista en un propósito, ya presagia la derrota. El espíritu no puede alcanzar su unidad plena en el odio, ni en la venganza, ni en la revancha. Sólo existe un alimento que ensancha el espíritu hasta hacerlo invencible: El Amor. Para el que se alimente del Amor, nada es imposible.
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