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La fe en la resurrección de Jesucristo no se puede sostener en la fiabilidad de unos escritos. Creer en la resurrección sólo porque lo diga la Biblia, ésa no es la verdadera fe. Con razón llegan las dudas, las crisis, y todas las creencias se desmoronan.
La Biblia sugiere una realidad que el hombre luego tiene que comprobar en su propia vida. Y cuando ha vivido la espiritualidad cristiana hasta sus últimas consecuencias, entonces ya no hace falta ningún libro. Incluso en el hipotético caso de que se llegara a demostrar que la Biblia no es un libro fiable, la verdadera fe no se inmuta, porque no está sostenida por unas palabras que llegan desde afuera, sino por una vivencia que parte del corazón del propio ser.
Podemos entregarnos al servicio de la Verdad, sin límites, pues, aunque la falsedad del mundo nos aplaste, no nos puede quitar la Vida. Podemos perdonar y ayudar al prójimo sin límites, pues, aunque en su ingratitud nos destruya, no nos puede quitar la Vida.
Este convencimiento debe estar refrendado por una vivencia. Es necesario correr el riesgo de dejarse matar. No necesariamente en la muerte física final. El que experimenta la resurrección en las pequeñas muertes de la entrega generosa que la propia vida reclama, ése no necesitará ya de ningún escrito que le asegure que Jesucristo resucitó.
Jesucristo resucitó. Yo lo sé, porque yo lo he visto resucitar en mi propio Camino. Y sé que existe un Reino que crece sin hacerse ostensible, morada eterna para los siervos del Amor.
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