|
Todo lo que cabe en la mente del hombre es inferior al hombre. Para poder nombrar una cosa es necesario en verdad haber podido concebirla antes, y no es posible concebir algo si de alguna manera no ha sido abarcado. Por eso, el hombre, al nombrar, está manifestando su supremacía sobre aquello que nombra. Aunque le rinda culto, pues rendir culto muchas veces es conocer el procedimiento para obtener un beneficio de aquello que, siendo abarcable, sin embargo es más fuerte.
El Camino que conduce a la plenitud del Amor no puede ser trazado sino en el propio hecho de caminar. El Camino es imprevisible, pues, si está previsto, eso significa que su misterio es descifrable por la inteligencia humana, y una cosa que es inferior a la inteligencia no puede conducir a algo que esté por encima de ella. Por eso, todas las doctrinas encaminadas a trazar minuciosamente las leyes que delimitan el Camino son doctrinas humanas que encierran al hombre dentro de su propia limitación.
El ser humano se convierte y es capaz de comprender el sentido de la vida sólo cuando, de alguna manera, se enfrenta a la Nada, a la muerte, al no-ser. Desde la ausencia de sentido se llega al sentido, desde la ausencia de vida de alcanza la verdadera Vida. Pero la transformación trascendente no puede ser un fin en sí misma, sino que el ser humano se convierte para llevar al ser lo que ha visto en el no-ser, para cambiar formas y expresiones desde la visión verdadera del sentido de las cosas.
El hecho de la conversión no es privativo del ser humano. Todas las cosas del cosmos se transforman en el paso por el no-ser. La muerte y la vida no pueden existir separadamente ni enfrentadas la una a la otra. Los procesos espirituales y esenciales del ser humano son los mismos que los del cosmos, íntegramente. Precisamente lo único que de verdad diferencia al ser humano del resto de las cosas es su capacidad para morir en vida en un acto de Amor sublime. Por eso para el ser humano existe una promesa.
|
|
